—Eso no es... —murmuré para mí misma mientras un vacío se abría en medio de mi pecho.
Fue cuando la puerta de la habitación se cerró tras él y me quedé completamente sola que comprendí que esas no eran las palabras que quería decirle. Todo lo que le dije probablemente eran todas las cosas equivocadas. La mirada de ligera decepción que cruzó su rostro cada vez que me disculpaba me decía suficiente que no le gustaba lo que había escuchado de mis labios. No importaba cuántas veces le pidiera disculpas, ya fuera con pura sinceridad o con pura ira, nunca sería suficiente.
—Gracias... por salvarme... —susurré tan suavemente que apenas podía oírme.