Mi visión se volvió borrosa mientras miraba el rostro de Antonio. De repente me di cuenta de que mis lágrimas eran las responsables de nublar mi vista y que si parpadeaba, rodarían libremente por mi rostro. No quería tener un ataque emocional de este tipo, pero pensé que tal vez no fuera del todo malo. Antonio merece verme sufrir y miserable. Si mis lágrimas pudieran conmoverle aunque sea un poco, entonces podría valer la pena.
Alcé los dedos para secarme los ojos mientras oía a Antonio dejar escapar un suspiro suave. Sabía que él no me dejaría llorar así sin hacer nada, porque era demasiado buena persona. Me sentía ligeramente podrida por dentro al utilizar esto en su contra, pero tampoco era que mis lágrimas fueran completamente fingidas. Antonio se levantó y vino a sentarse junto a mí en el sofá.
—Supongo que debió ser muy doloroso para ti vivir con mi hermano... —dijo mientras me daba palmaditas reconfortantes en la espalda.
—Él es... bastante difícil... —murmuré en respuesta.