—Sí —dije con urgencia.
Michael deslizó el hermoso anillo de diamantes en mi mano izquierda. No pude evitar admirar cómo se veía en mi dedo. Michael me atrajo para besarme mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
—No puedo creer que todo esto sea real —susurré en sus labios.
—Te amo más de lo que podrías imaginar. Y me has hecho el hombre más feliz del mundo —dijo Michael, besándome otra vez.
—Yo también te amo —dije con una sonrisa.
Era difícil creer que la noche anterior, habíamos pasado gritándonos el uno al otro, y ahora estábamos aquí. Me levanté, poniéndome la camisa de Michael sobre mi cuerpo desnudo.
—¿A dónde vas? —dijo él con una risa.
—Pensé que nos haría el desayuno. Si voy a ser tu esposa, mejor empiezo a practicar desde ahora —dije con una sonrisa pícara.