—Me estoy quedando dormida —dijo Amelia bostezando. Sonreí y empecé a quitar algo de arena de sus gorditos pies de niña pequeña, antes de alzarla en mis brazos.
—Mami, tengo hambre —se quejó Thomas, su voz amortiguada contra mi hombro mientras se aferraba a mí.
—Sí, yo también —intervino Amelia, tirando de mi pelo con sus regordetas manos mientras se acurrucaba en mi otro brazo.
—Oh, yo también —les dije—. Volvamos al bungalow y veamos qué ha preparado el chef para el almuerzo.
—Quiero macarrones con queso —dijo Thomas, apoyando su cabeza en mi hombro.
—Bueno, tendré que hacer una solicitud especial, pero apuesto a que el chef puede hacerlo —dije.
Reí suavemente ante sus quejas, sabiendo que solo estaban cansados y necesitaban un bocadillo. —Pronto comeremos algo, lo prometo —les aseguré, plantando un beso en la frente de cada uno.