—Las ruedas de nuestro jet privado patinando hasta detenerse me sacaron de mis pensamientos. Había estado absorta durante la última hora, emocionada por esta nueva aventura con Michael y nuestros bebés. Antes de conocerlo, nunca había viajado internacionalmente, y siempre pensaba en cuán afortunados serían mis hijos, creciendo y experimentando todo lo que el mundo tiene para ofrecer.
—Bienvenidos a Francia, familia Astor. Por favor, disfruten su estadía —anunció el piloto.
—Laboriosamente acomodamos a nuestros bebés en sus asientos de coche y los abrigamos para el camino por las escaleras del jet. Pisamos la pista, y mis ojos se abrieron de par en par al ver una larga limusina negra esperándonos. Michael tenía una sonrisa tonta en su rostro mientras caminaba hacia ella.
—La limo es un poco excesiva, ¿no crees? —pregunté, riéndome por dentro de los gustos ridículos de mi esposo.