—No entiendo por qué tengo que ir a que me vuelvan a controlar la presión arterial. Me siento mucho mejor —dije, moviéndome sobre la mesa de examen cubierta de papel. Después de tantas visitas al médico, estaba cansada de escuchar el sonido del papel bajo mí y del olor de la oficina. No quería estar allí.
—Michael levantó una ceja hacia mí—. Solo quieren asegurarse de que tú y los bebés estén bien. Después del susto que tuvimos en Francia, ¿realmente puedes culparlos por querer vigilarte?
—Suspiré, sabiendo que tenía razón, aunque no quisiera admitirlo. La verdad era que no quería estar allí por miedo a que mi preeclampsia hubiera empeorado en lugar de mejorar. Si mi presión arterial no comenzaba a bajar, incluso podría tener que guardar reposo en cama, la mera idea de lo cual me hacía sentir inquieta. Ya de por sí tenía problemas para quedarme quieta.