Mi antojo por la mantequilla de cacahuete era algo que no podía controlar. Parecía que estos bebés no querían otra cosa que cosas untadas con una generosa cantidad de esa sustancia. Tuve suerte de que la mantequilla de cacahuete estuviera en la lista de alimentos aprobados que mi médico me había dado.
El doctor también me había dicho que escuchara a mi cuerpo y comiera siempre que tuviera hambre. Así que estaba en la cocina preparándome una segunda porción de tostada con mantequilla de cacahuete ese día cuando escuché que se abría la puerta delantera.
—¿Michael? —llamé por el pasillo. Me sorprendió que estuviera en casa tan temprano, apenas pasaban de las 2:00, y no esperaba que llegara hasta bien después de las 5:00.
—Sí, soy yo —me contestó Michael.
Había algo en su voz que me decía que no era bueno que estuviera en casa tan temprano. Lamí la mantequilla de cacahuete de la cuchara antes de dejarla en el fregadero y dirigirme por el pasillo para encontrar a mi esposo.