—Desde ese beso en el ascensor, mi cuerpo ansiaba por Michael —comentó Shelby—. Cuando me susurró al oído, un escalofrío me recorrió la espina dorsal, encendiéndome.
—Michael —dije—, ¿qué pasa por tu cabeza?
Él se rió y se inclinó hacia mí.
—No sería la primera vez que hacemos el amor al aire libre —dijo en voz baja.
Casi escupí el café que acababa de sorber.
—¡Pero estábamos solos en la playa! Bueno, la segunda vez de todos modos. Este lugar está lleno de gente —le reproché.
—Hay algunos lugares oscuros... —Sonrió traviesamente—. Y tú no me lo estás poniendo fácil.
Sus ojos se desviaron a mi pecho, donde mi vestido colgaba muy bajo y le daba una gran vista de mis pechos gracias a la forma en que me inclinaba hacia él.
Sentí su pierna acariciando la mía debajo de la mesa y fingí fruncir el ceño.
—Tú tampoco lo haces más fácil —dije.
Sacó su teléfono del bolsillo y sonrió, informándome de que el conductor estaba allí y el coche estaba aparcado en la calle, esperándonos.