José había dicho que pasaría a recogerla a las diez de la mañana.
A las nueve y cincuenta y cinco, el sonido del motor de un auto se podía escuchar desde fuera de la Residencia Jules. La Señora Dahlia recibió a José con alegría y dijo:
—Por favor, siéntese, Señor José. ¡La Señorita Jules estará aquí enseguida!
—No hay prisa —él aseguró.
José se sentó perezosamente en el sofá, luciendo muy paciente.
Unos minutos después, se escucharon pasos ligeros en las escaleras.
José levantó la vista perezosamente. Después, se quedó paralizado un momento, y una expresión de sorpresa atravesó su mirada...
Lucille, que bajaba lentamente las escaleras, llevaba puesto un largo vestido azul celeste. Era un vestido sencillo y elegante que llegaba hasta la cintura y acentuaba su delgada figura.