Dos horas después, la madre y la hija yacían desparramadas en el suelo, sin parecerse a nada.
Zhouzhou, con una ligera protuberancia en su vientre, soltó un pequeño eructo, agitando débilmente sus regordetes patitas. —No puedo comer más —suspiró.
Los ingredientes traídos por el asistente de la tienda habían sido completamente devorados, todos encontrando su camino hacia sus estómagos.
—Yo también estoy lista —An Ya miraba fijamente al techo, casi envidiosa de los fantasmas hambrientos, al menos ellos no tendrían que experimentar la sensación de que sus estómagos estaban a punto de explotar.
En verdad, ella sentía que los regalos comprados con dinero, siempre que fueran cuidadosamente elegidos, no eran superficiales. No tenían que ser necesariamente hechos a mano.
—No, todavía no —Zhouzhou luchó por levantarse, sacando una píldora de su bolsillo y metiéndosela en la boca.
Alarmada, An Ya preguntó —¿Qué estás comiendo, Zhouzhou?
¿No guardaba veneno allí?
