—Nada... Te ayudaré porque soy un tipo tan amable —respondió Eduardo con una risa mientras levantaba sus caderas del suelo.
—¡Mañana volarán granjas enteras de cerdos! Aprovechando la oportunidad, rápidamente le bajé los calzoncillos y luego me incliné para hacer lo mismo en el otro lado de su cintura. Estaba tan concentrada en la tarea de desvestirlo que no me di cuenta de que el pene de Eduardo estaba duro y grande como si fuera a estallar. Ahora que lo vi, recordé que no soy la única excitada por todo esto.
Lo importante primero. ¿Dónde está el collar? Acercó mi cara para inspeccionar su entrepierna. Me quedé helada... No veo el collar por ninguna parte. Usé mi boca para empujar sus calzoncillos, pero no pude sentir el collar. Mierda.
—¿Dónde está el collar, Eduardo?! —pregunté, casi gritándole de la frustración.
—¿Quieres una pista? Te costará... por cierto, te quedan 5 minutos —ofreció Eduardo con una sonrisa inocente en su rostro. De nuevo, con esa sonrisa inocente.