Un día había pasado y a pesar de la audaz acusación de Gabriel, Leonica no podía evitar que su mente, al estilo Mary-Sue, siguiera reflexionando sobre el bienestar de Angelina. Sentada en su oficina, hojeaba otro expediente con la mente ausente, suspirando al final. Kennedy, que estaba sentado en una silla en la esquina más lejana de su oficina, casi devorado por el montón de archivos generados por la mitad del trabajo que Leonica había descuidado involuntariamente durante los días, la miró, notando al instante la expresión de distracción en su rostro.
Era evidente que algo rondaba por su mente, y Kennedy, más que nadie, sabía que en el momento en que algo atormentaba la mente de su empleadora, o bien trabajaba lento, terminaba el trabajo, pero con varios errores que luego tenía que corregir, o simplemente no hacía ningún trabajo.
Una dolorosa falla en su casi perfecta personalidad que definitivamente tenía que esforzarse en arreglar.