Fuera Jamil o Leonica, estaba claro para Irene que ambos la habían echado después de conseguir lo que querían.
—¡Bastardos! —maldijo en voz baja mientras se sentaba en su coche, mordiéndose la uña del pulgar. —Solo esperen —susurró, pasando por su lista de contactos para ver a quién podía utilizar.
Pero nadie parecía estar dispuesto a ayudar. Esos artículos y tabloides sobre ella publicados hace unos días realmente habían dañado su imagen, hasta el punto de que aquellos que consideraba amigos, se habían distanciado. En cuanto al negocio que Arvan había abierto para ella, su condición era aún peor que antes, al borde de la quiebra.
Era seguro decir que su deseo de ser parte de la familia Romero había causado que el resto de los planes con Jamil implosionaran.
Pero no iba a rendirse tan fácilmente.