Rodrigo era el blanco más pálido que Leonica había visto jamás. Sus ojos, recubiertos de profunda incredulidad, se desviaron hacia el teléfono celular que estaba en su mano y en un movimiento rápido, se lo había arrebatado.
—Tú... ¿Qué haces? —preguntó ella, pero Rodrigo no le prestó atención, en cambio, se concentró más en alejarse de sus manos inquisidoras y en el proceso, en contestar la llamada.
Sin embargo, para su consternación e irónicamente, alivio, cuando volvió a mirar su teléfono para confirmar si la llamada había sido contestada cuando él contestó el teléfono de Leonica, se encontró con que el teléfono seguía sonando.
—Dije, ¿qué demonios crees que estás haciendo? —Leonica repitió mientras le arrebataba su teléfono a Rodrigo, terminando la llamada antes de enfrentarlo. —¿Cómo te atreves a arrebatar mi teléfono y contestar mi llamada sin mi permiso? ¿Acaso deseas la muerte? —preguntó, mirándolo con tanta malicia, que lo sorprendió.