Como plagas impulsadas por el hambre, la prensa y sus paparazzi inundaron el lugar de la conferencia en cuanto se difundió la noticia de una conferencia de Leonica.
Sentada en el salón, a unos metros del escenario, Leonica escuchaba el murmullo de la multitud, sus voces amortiguadas por la pared a prueba de sonido y la puerta cerrada.
—Faltan cinco minutos para hacer una declaración —anunció Kennedy, paseando por la habitación con su tableta, a veces teniendo que ladrar órdenes al personal presente.
—¿Estás nerviosa? —susurró una voz cerca de su oído.
—No —respondió ella y giró la cabeza hacia un lado, cruzando la mirada con los conocidos ojos marrones de Arvan. —He tenido que enfrentar cosas peores.
Arvan sonrió ante sus palabras, su expresión se suavizó.
—Cierto —dijo, deslizándose en la silla junto a ella. —Entonces, ¿qué piensas decir?
—Lo que se debe decir. La verdad. Nada más que la verdad.
—Suena bien.