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—Señorita Romero, ¿le digo que vuelva en otro momento? —preguntó la recepcionista.
¿Sí, y posponer sus problemas para otro día en el que tampoco estaría de buen humor? Ni hablar.
—No, la veré ahora. Hágala pasar a la sala de visitas —instruyó Leonica.
—Entendido —dijo la recepcionista y la llamada telefónica terminó.
Levantándose de su asiento, Leonica se ajustó el vestido, enderezó su postura y salió de su oficina.
Al entrar en la sala, la mujer fue rápida en notarla.
—Señorita Romero —llamó Irene, la sonrisa en sus labios estaba lejos de ser cortés, no que a Leonica le importara—. Su imperio es bastante hermoso.
Charla trivial, Leonica rodó los ojos ante el obvio intento, hundiéndose en la silla frente a Irene y enviándole una mirada enfocada y muy poco impresionada mientras desestimaba todo esfuerzo por charlar trivialmente e iba directo al grano.