—¡Ay! —di un paso hacia atrás, frotándome la frente, intentando ordenar en mi mente lo que acababa de suceder.
—Lo siento, Rosalía —susurró— y por un momento, pensé que tenía que estar equivocada.
Creí que había chocado con Ethan.
Olfateaba como él.
Se sentía como él.
Cuando levanté la vista hacia él a través de mis pestañas, se veía como él.
Pero cuando escuché esas dos palabras salir de entre sus labios, pensé que tenía que estar equivocada, y que Soren debió haber vuelto temprano de su viaje.
No había forma en el mundo de que Ethan me hubiera dicho que lo sentía por algo.
—¿Estás bien? —me preguntó, manteniendo aún su voz baja.
Alejé mi mano de mi frente y lo miré. La luz de la luna caía sobre él como el haz de un faro, llamándome a casa.
No podía permitirme caer en la canción de este sireno.
—S-sí. Estoy bien —murmuré con voz baja—. No es que te importe.
Agradecí haberme girado de cabeza primero y no haber golpeado mi barriga de embarazada contra su musculoso físico.