—¡Ethan! —Georgia irrumpió en mi habitación.
Tomé un sorbo de whisky y levanté la vista. —Pensé que volverías a Drogomor.
—¡Lo que yo haga no es asunto tuyo! Talon me dijo... ¿cuánto maldito alcohol has bebido?
—¿Necesitas algo de mí?
—Necesito que pares toda esta mierda que estás haciendo, ¿de acuerdo? —dijo ella sin rodeos—. Hay una guerra afuera, y tú...
—¿Yo qué? No me he perdido ningún reporte, no he tomado ninguna decisión irracional. He estado manejando cada responsabilidad muy bien. ¿Así que podríais dejarme en paz?
Ella me miró en silencio por un momento.
Pensé que iba a maldecir, pero en cambio, dijo con calma, —Ethan, ella se ha ido. Sólo déjala ir en paz.
Mis ojos entrecerrados se abrieron de golpe. La ira se apoderó de mí. No hacia ella, sino hacia mí mismo.
—¿¡Qué sabes tú?! ¡Basta! —rugí.
Ella nunca entendería. Yo fui la causa de la muerte de Rosalía. ¿Cómo podría soltar eso?