Casi exactamente treinta minutos después de nuestro breve descanso, vi la cabaña aparecer adelante.
A medida que nos acercábamos a nuestro primer destino, abrí mi bolso para inspeccionar la ropa de Damian. Como era de esperar, encontré una navaja de seis pulgadas en su bolsillo.
La saqué y la metí en el fondo de mi bolso. Tampoco quería tener que usarla, pero de seguro no se la iba a dar a él.
Llegamos a la cabaña y salté de la espalda de Damian. No estaba lloviendo fuerte aquí, pero estábamos empapados desde antes y exhaustos.
—Gracias a Dios hemos llegado —dije—. ¿Vamos a entrar? Saqué la ropa de Damian de mi bolso y la tiré cerca de él. No estaba segura de si él ya había cambiado.
Cuando escuché su voz, supe que se estaba vistiendo.
—Sí. Cambiémonos aquí —dijo—. Tenemos un coche cerca, y este era solo un lugar para esconder el vehículo, un sitio al que apuntar.
—Entiendo —entré en la cabaña y encontré una toalla seca. Escuché sus pasos siguiéndome.