—Fue un largo sueño.
—Fuego. Humo. Aullidos de desesperación.
—Era un campo de batalla.
—Decían que él era el Alfa implacable de todos, un monstruo de corazón frío que solo sabía destruir, y los miles de cuerpos bajo mí eran la prueba.
—Me dijeron que solo le quedaba oscuridad eterna, y que no sentiría esperanza en el aire.
—Y ahí estaba él, de pie sobre la pila de cadáveres, cubierto de sangre.
—Su cuerpo estaba inmóvil como una estatua; su rostro era inexpressivo, casi indiferente al de los muertos en el suelo debajo de él.
—Luego me vio.
—Vi luz acumularse en sus oscuros ojos y la vida pareció volverle. Lentamente, sus labios se partieron en una impresionante sonrisa que eclipsaba el cielo estrellado.
—Extendió su mano. «Ven a mí», susurró.
—Mis piernas se movieron hacia él como si tuvieran voluntad propia.
—A pesar de que me dijeron que cada paso que daba era un paso más cercano a mi propia muerte eterna.
—«¡Pero te estaban mintiendo!», dijo una voz nítida de niña.