Maeve
Gemma estaba sentada en la isla de la cocina, vertiendo una generosa cantidad de crema en su café. Agregó dos cucharadas de azúcar antes de dejar la cuchara y llevarse la taza a los labios.
Yo estaba de pie cerca del fregadero, la cafetera en la mano mientras me preparaba para servirme una taza. Había sido una larga noche con poco sueño. Papá finalmente me había llevado a mi dormitorio, arropándome sin siquiera darme la oportunidad de quitarme las botas y el abrigo, actuando como si no me acostara y me arropara como solía hacer cuando era niña, desaparecería ante sus ojos, como un sueño.
Ni siquiera había tenido la oportunidad de hablar con Mamá. Él la había hecho volver a la cama antes de que yo alcanzara la parte superior de las escaleras.
Mamá siempre era la primera en despertarse por las mañanas. Pensé que la vería en la cocina, haciendo café. En su lugar, lo preparé yo misma, sola, hasta que Gemma entró desde donde había dormido en el sofá de la sala de estar.