Troy
Habían pasado tres semanas desde que dejamos Dianny, tres semanas maniobrando a través de las aguas poco profundas e implacables del Paso del Sur. Llegó un momento en el que nos vimos obligados a cortar los motores, retraer las hélices submarinas hacia el barco para que no rozaran contra el arrecife aparentemente interminable que se extendía por millas.
Era un viaje lento y arduo, navegando con solo una vela abierta al viento para asegurarnos de tener tiempo para detectar cualquier peligro acechando en los bajíos.
Pasamos junto a varios naufragios; los restos en descomposición de embarcaciones modernas y antiguas sobresalían de la poco profunda resaca. Era un lugar siniestro, incluso con el sol golpeándonos y tiñendo el agua de un turquesa claro y vivo. Hubiera sido un paraíso tropical si no fuera por los fantasmas que susurraban desde el agua, diciéndonos que nos diéramos la vuelta.