Todos contuvimos la respiración, esperando la menor oportunidad de salvar a aquella cuya pérdida pesaría tanto en nuestros corazones.
Cerina me miró. —A menos que su verdadero compañero predestinado esté dispuesto a recompensar a la Diosa en nombre de la reina —dijo.
Me quedé helado.
—¿Qué... dijiste?
Mi corazón estaba a punto de saltar de mi pecho.
Ella no respondió a mi pregunta. En cambio, continuó con su explicación. —Sin embargo, todos sabemos que la Reina Rosalía no tiene compañero —dijo— y aunque lo tuviera, conociéndola, nunca querría que su compañero
—¿Entonces su compañero puede salvarle la vida? —pregunté, interrumpiéndola a mitad de frase. Necesitaba confirmación. Traté de evitar que mi voz temblara para que los demás no notaran mis emociones.
La boca de Cerina se entreabrió ligeramente mientras tartamudeaba sus palabras. —No estoy segura de eso...