**Punto de vista de Rosalía**
El dolor que había estado sintiendo justo antes de desmayarme había desaparecido; lo supe incluso antes de abrir los ojos.
Pero esa no era la única cosa que había cambiado.
Traté de recordar exactamente qué había estado ocurriendo, y cuando visiones de esos lobos pícaros, con sus dientes afilados y ojos rojos, entraron en mi mente, me senté, abriendo los ojos de golpe.
No estaba donde esperaba estar.
De hecho, no tenía ni idea de dónde estaba en absoluto.
Estaba oscuro, y yo yacía en una camilla.
Mis ojos parpadearon alrededor del espacio. Estaba en una tienda de campaña, y el aroma del bosque me hicieron saber que estaba en algún lugar profundo en el bosque.
¡Mi niño!
Mis brazos extendieron frenéticamente buscándolo, pero no sentí a mi bebé en ningún lado.
Mi corazón latía fuertemente por el miedo.
—¿Qué le había pasado? ¿Lo habían tomado los pícaros? ¿Seguía... seguía vivo?