Habían pasado aproximadamente 30 minutos desde que terminaron mis ejercicios diarios antes de dormir. Eran ya la 10 de la noche del 31 de marzo, y mañana comenzaría un nuevo mes. Pero no sería uno cualquiera; mañana sería el 1 de abril, el día en que conocería por primera vez las instalaciones de mi nueva escuela, donde viviría los próximos tres años de mi vida.
Debía admitir que, a pesar de lo molesto que resultaba tener la movilidad restringida durante tanto tiempo, lo poco que había descubierto sobre la escuela me hacía pensar que no sería nada aburrida.
Me senté en una silla del balcón de la mansión en la que me encontraba, y no pude evitar perderme en la contemplación del cielo nocturno. Durante años, había anhelado ver ese color que solo conoció a través de los libros y los relatos de los instructores, pero ahora podía contemplarlo cuando quisiera. Es curioso cómo la vida tiene esa capacidad de sorprendernos.
Tras la muerte de ese hombre, me hice cargo de toda su fortuna y propiedades, al ser reconocido como su único hijo y familiar. Eso significaba que nunca tendría que preocuparme por cuestiones económicas.
A lo largo de mi vida, nunca nos consideramos realmente padre e hijo. La relación que teníamos era meramente formal, con sentimientos inexistentes en términos afectivos. Así que, aunque su partida significó el final de una figura que nunca me brindó cariño ni comprensión, la destrucción de su legado resultó ser más bien beneficiosa para mí.
Ahora, con todo a mi disposición, podía empezar una nueva etapa sin las ataduras de un pasado que nunca me había pertenecido. Su muerte no solo me otorgaba el control sobre su riqueza, sino también la libertad de tomar las riendas de mi vida.
Por supuesto, la sociedad no veía las cosas de la misma manera. El concepto de "heredar" siempre estuvo ligado a la idea de un vínculo emocional, pero en mi caso, ese lazo nunca existió. Lo que era para otros una tragedia, para mí solo representaba una transición hacia una nueva era, una en la que por fin podía decidir mi destino sin las sombras de su influencia.
Al darme cuenta de que llevaba mucho tiempo allí sentado, me levanté y posé un brazo sobre la baranda del balcón. Con la otra mano saqué un cigarrillo de su caja y lo encendí con el mechero.
Mientras exhalaba el humo, me perdí en mis pensamientos. Muchos, al haber vivido lo que yo he vivido, se sentirían rotos. Tal vez algún loco estaría cansado del simple hecho de existir.
Con todo el dinero y las conexiones que tengo, podría hacer lo que quisiera: eliminar a cualquiera que me molestara, obtener autos, joyas, mujeres... Pero no quería nada de eso.
Me pregunto si en algún momento de mi vida será capaz de sentir algo más profundo, ese algo que algunos llaman la "chispa", la que impulsa a un padre a levantarse después de trabajar 18 horas seguidas sin descanso. Tal vez, y solo tal vez, mi existencia no significa nada en este mundo. Pero, ¿Qué más da?
Solo quiero saber si algún día encontraré algo que pueda llamar "especial" para mí.
Mientras observaba cómo el humo del cigarro se disolvía en el aire, no pude evitar compararlo con los recuerdos humanos. Cada persona guarda lo que considera importante, sin importar si para otros fue algo insignificante o si requirió gran esfuerzo. Por eso, las personas suelen aferrarse a los recuerdos negativos a medida que crecen. Tal vez sea esa la razón por la cual el ser humano es considerado un organismo egoísta, aunque claro, hay excepciones, aunque sean muy pocas.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de alguien tocando la puerta del balcón. Aunque sabía quién era, no me molesté en respuesta de inmediato.
"Buenas noches, Kiyotaka-sama. No sé cuántas veces tendré que decirle que fumar a tan corta edad es malo para su salud", dijo un anciano vestido con traje, llamado Matsuo.
Mientras hablaba, se tomó el tiempo para mover la silla en la que había estado sentado hacía un momento, y luego colocó una bandeja con dos tazas sobre la mesa.
''Lo se Matsuo, solo tenía ganas, sabes que no podrá hacerlo durante un largo tiempo'' le respondí, apagando el cigarro y arrojando lo que quedaba en el cenicero.
''Ya veo, aquí le dejo su té'' entre el y yo habíamos adoptado la costumbre de tomar te a las 10 pm los dos juntos, seguro sería algo que extrañaré.
"Gracias", respondió, tomando la taza. No hizo falta que me dijera cuál era la mía, ya que siempre me daba la misma, con un diseño de un dragón azul.
''Es mi trabajo'' dijo mientras me mostraba su habitual sonrisa y tomaba la suya.
''¿Por qué no tomas asiento?'' le preguntó mientras me sentaba en la silla que antes había usado.
''Perdón Kiyotaka-sama, pero sabe que no me gusta...'' no logró terminar de hablar ya que lo interrumpí.
"Es mi último día aquí, Matsuo. Será la última conversación que podamos tener hasta que salga de AHNS. Sé un poco más informal, por favor", le pidió con un gesto para que se sentara.
Sin decir nada más, se sentó frente a mí, y nos quedamos en silencio durante un rato, disfrutando del té.
Finalmente, decidí romper el silencio cuando ya había bebido la mitad del contenido de mi taza.
''Seguro será difícil ya no estar bajo tus cuidados Matsuo'' dije mientras dejaba mi taza en la mesa.
"No diga eso, Kiyotaka-sama. Le he enseñado todo lo que sé, y seguramente ya puede cuidarse por sí mismo. No entiendo por qué todavía necesita los servicios de un viejo como yo", respondió, bajando la cabeza.
"Porque eres confiable, Matsuo. No creo que haya nadie más capacitado para cuidar de la mansión mientras yo voy" le aseguró.
"Y le agradezco mucho su confianza" dijo, con voz temblorosa.
"No tienes que agradecerme, siempre valoro a mis buenos trabajadores. Si alguna vez lo necesitas, puedes traer a tu hijo para que viva aquí contigo, tampoco tengo problema en que traiga a su amiga" le dije mientras tomaba nuevamente mi taza.
"No quisiera abusar de su amabilidad", respondió.
"No tienes por qué preocuparte. Sería injusto prohibirte ver a tu hijo. Quiero que vivan aquí mientras no estoy. En tu cuenta bancaria encontrarás suficiente dinero para vivir sin preocupaciones", le explicó mientras me levantaba y dejaba mi taza vacía.
''Usted es tan amable... desde que su padre murió usted se a encargado de cuidarnos tanto a mi como a mi hijo, no se como se lo podré pagar'' dijo mientras inclinaba la cabeza.
''Te repito que no es necesario, es lo menos que puedo hacer luego de que me enseñaras tantas cosas como cocinar o lavar la ropa''
''De acuerdo, le prometo por mi vida que no defraudaré su confianza''
''No hay que exagerar tanto, solo intenta que tu hijo no haga fiestas ni invite tanta gente, tampoco que toque o tome mis cosas, siempre y cuando no pase nada de eso pueden vivir aquí durante mi ausencia, en tu cuenta bancaria encontrarás dinero suficiente para vivir tranquilamente sin preocupaciones'' dije mientras me levantaba y dejaba mi taza vacía.
''Le prometo que cumpliré sus órdenes al pie de la letra'' respondió visiblemente emocionado.
''Está bien, me voy a descansar para mañana''
''Comprendo, que tenga buena noche'' dijo mientras ponía las tazas en la bandeja.
''Igualmente''
''¿Desea algo en concreto para su desayuno?''
''Sorpréndeme'' dije para dirigirme a mi habitación.
Al entrar en la habitación, lo primero que hice fue apagar las luces y meterme en la cama. Podría haber revisado los archivos sobre los estudiantes aceptados para el primer año, pero sabía que solo encontraría detalles sobre sus personalidades y características, lo que me parecía aburrido y poco revelador. Así que decidí no adelantarme a nada.
Sin fuerzas ni ganas de hacer más, me dejé llevar por el cansancio, sumiéndome en el sueño con la vaga esperanza de que mi vida escolar fuera, al menos, lo más emocionante posible.