—¿Qué hay de tu novia?
Fue difícil ocultar su sonrisa, pero de todos modos lo hizo.
—¿Qué hay de ella? ¿Sabe esto?
Ella negó con la cabeza.
Eli asimiló la información. Si ella no sabía sobre esto, entonces no estaban tan cerca. Por un segundo, él había temido que hubiera olvidado algo de mucha importancia.
—Entonces no veo razón para que me moleste. Debo irme ahora. Volveré pronto, Kestra —dijo mientras se dirigía a la puerta, luego se detuvo, su mano en la perilla—. ¿Estás segura de que estás lo suficientemente bien para esto?
—Sí, su Majestad —ella se sentó ansiosa, su acción respaldando sus palabras, algo que esperaba que él pudiera ver desde el rincón de sus ojos.
—De hecho, podemos hacerlo ahora mismo. Aconsejo que nos pongamos manos a la obra, para que puedas recuperar tus fuerzas lo antes posible —añadió, poniendo toda su esperanza en sus palabras.