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Sus brazos se apretaron alrededor de ella y las lágrimas brotaron de debajo de sus párpados cerrados, el líquido salado emborronando su rostro y creando un desorden en él.
El rostro se le calentaba por las emociones que luchaba por contener dentro de sí.
Las manos la movían fuera de su abrazo pero ella se aferraba a él, sin querer soltarlo, sus sollozos estremeciendo su cuerpo en hipos.
—¿Por qué lloras? —preguntó, su voz ahora un poco baja, mientras las manos le acunaban la cara, secándole las lágrimas—. ¿Es por mí? ¿Te pongo triste, Mamá?
—Nunca. Nunca me has hecho sentir tristeza.
—Entonces, ¿por qué lloras?
—Dime, ¿mi Sunshine está bien?
—Abre los ojos y míralo por ti misma —dijo entre risitas y su corazón se hundió.
Quería hacerlo, realmente quería hacerlo, pero tenía miedo, aterrada de que en el momento en que abriera los ojos, su hija desaparecería en el aire y todo esto se acabaría.
No quería perder esto.