Podía oír la voz de Eli pero estaba demasiado lejos y distante. No parecía que estuviera tumbado en el suelo justo a su lado, ni tampoco parecía que fueran sus manos las que estaba admirando ahora mismo, o más bien el encanto sobre sus manos.
Ni siquiera podía distinguir lo que estaba diciendo, ni parecía lo suficientemente importante como para que intentara averiguar qué era.
Sus prioridades cambiaron y en este momento, esta hermosa obra de arte frente a ella capturaba toda su atención.
Un impulso avasallador de sumergirse en esta tentación se apoderó de ella, luchaba contra su sentido de control y le propinaba una paliza continua.
Para ella, lo único que importaba era explorar este nuevo arte.
Explorar era sostener su mano, tocarlo, seguir esos entramados con sus dedos y descubrir cómo estaba exactamente conectado cada uno de ellos, encontrar el principio y el fin del más largo.
Su antojo era permitirse caer en este hechizo, uno que rápidamente la arrastraba hacia abajo.