Tenía razón.
Su vasija era diferente de la que él había imaginado.
Era mejor.
A pesar de sus bolsas de pecho, podía ver que sus pechos eran un poco más grandes y sus muslos también más que los de su pintura, y ella era curvilínea, su estómago no estaba tan huesudo y hundido como él lo había pintado tampoco.
La luz de las velas no le concedía misericordia mientras la luz ayudaba a sus ojos a devorar ávidamente su deseo.
La vasija de Su Donna era la de una diosa.
Se tragó saliva, parpadeando y apartando la mirada de ella para recobrar la compostura.
—¿Te has encontrado con Lady Kestra en tu camino hacia aquí? —preguntó.
Necesitaba saber si Kestra estaba manipulando su cerebro de nuevo. Si esto era solo un efecto secundario, si tenía algún control sobre sí misma.
—¿Por qué es importante eso? —preguntó ella.
—¿Estás borracha, Donna? —insistió él.
Oh, ahora ella entendió.