—No me había dado cuenta al principio, pero cada uno de ellos siempre venía a buscarla todas las noches, mientras estábamos en su pequeña sala de estar, junto a la chimenea —dijo—. Tomaban su mano y la guiaban hacia fuera a través de la puerta. Eran todos tan amables con ella que no sospeché nada.
Belladonna podía sentir la rabia que él trataba de ocultar en su voz. Kestra realmente debía significar mucho para él.
Eso le provocaba sentimientos encontrados.
Sin embargo, estaba segura de una cosa: se sentía horrible por Kestra. Eso explicaba más sobre sus cicatrices.
Cruzó los brazos sobre su pecho, su rostro fruncido en una mueca, su mirada fija en el suelo, cuyo color ni siquiera podía ver ya que no se concentraba en él.
No debería sentirse así. No tenía sentido sentirlo.