Danika seguía arrodillada, miraba hacia arriba al Rey, su corazón latiendo en su pecho. No sabía qué esperar.
¿La compartiría o comandaría su sesión de tortura?
—Levántate y desnúdate, Danika —él ordenó, abriendo otro nuevo pergamino.
Chad estaba en la habitación y por primera vez, Danika no podía captar lo que el hombre estaba pensando o sintiendo. Era algo que temer porque el hombre siempre había sido como un libro abierto.
Pero ahora, su rostro permanecía inmutable como el de Lucien. Sus manos se volvieron sudorosas.
Se levantó y comenzó a quitarse la ropa uno tras otro. Se quitó los pasadores de su cabello, soltándolo salvajemente. Luego, se quitó todo desde el corsé hasta la ropa interior.
Desnuda, intentó no mirar a ninguno de ellos, su mirada clavada en el suelo.
—A la mesa —la voz de Rey Lucien llegó de nuevo.
Danika tragó fuerte y se dirigió hacia la mesa. No sabía qué tenía él con la mesa. Solo había estado en la cama una vez... esa primera vez.