—Papá Pierce... —Esa voz suave interrumpió mis pensamientos.
Me acerqué rápidamente a su cama y me senté en la silla junto a ella. Le acaricié la mejilla. —Estás despierta.
Ella me miró. —¿Estás llorando papá Pierce?
Toqué mi mejilla y me di cuenta de que tiene razón. Inmediatamente la sequé y le sonreí. —No, princesa. No lo estoy.
Ella sonrió y acarició mi puño. —¿Te duele la herida, papá Pierce?
Mis ojos se posaron en mi puño magullado. Estaba tan enfadado y con dolor que golpeé la pared en la capilla de este hospital. Pensé que ya había liberado toda la ira, el dolor y la decepción pero estaba equivocado. Siempre que veo a Kelly, recuerdo el dolor. ¿Es este el mismo dolor que ella sintió cuando yo la lastimé? ¿Solo me está castigando por lo que hice antes?
—Papá Pierce...
—Solo papá —dije y le sonreí a mi hija de nuevo—. Llámame papá, princesa. Solo papá.
Ella sonrió y asintió. —¡Sí, papá!