Layla presionó sus manos contra el pecho de Lucio, deteniéndolo. —Todavía estoy enfadada contigo —dijo con la respiración entrecortada.
—Bien. Sigue enfadada conmigo —dijo Lucio, inclinando su cabeza y enterrando su rostro en el hueco de su cuello.
Sin embargo, la resolución de Layla se endureció y lo empujó de nuevo. Para entonces, él había retirado levemente la toalla que la cubría. —No. No vamos a seguir adelante a menos que entiendas lo que significa no entender la preocupación de tu esposa —afirmó y lo empujó ligeramente.
Casi se levantó cuando en un movimiento rápido, él la inmovilizó de nuevo contra el colchón, sus manos capturando sus muñecas y presionándolas firmemente a ambos lados de su cabeza.
El calor de su aliento se mezclaba con el de ella, y ella se retorcía debajo de él, luchando por liberarse, pero sus esfuerzos fueron en vano.