—¿La verdad? —Los labios de Roderick se curvaron en una sonrisa amarga—. Abuelo, ya conoces la verdad. Pero estás tan cegado por tu amor hacia tu hijo menor que te niegas a verlo —dijo, su voz teñida de frustración.
Alekis, sentado con la sabiduría de los años grabada en sus rasgos, suspiró profundamente. —Roderick, hubo un tiempo en que admirabas a tu tío, incluso querías ser como él. Puede que hayas crecido, pero todavía recuerdo los días juveniles de mi nieto. Veías a Lucio como un segundo padre, alguien a quien apreciabas.
—Abuelo, no entiendo qué tratas de lograr sacando eso a relucir ahora. El hombre que admiraba ya no existe. El tío Lucio lo orquestó todo. Ese accidente —Roderick hizo una pausa, su voz firme y convencida—. Sus heridas fueron menores. Demasiado menores para lo que debería haber sido un incidente catastrófico mientras las heridas de mi padre fueron graves. No tiene sentido, y en el fondo, tú también lo sabes.