—Jefe, ¿podría ser alguien de su familia? ¿Qué pasa si es la esposa de su hermano? —Roger sugirió con cautela y escepticismo.
Los ojos de Lucio se estrecharon mientras se recostaba en su silla. —¿Fiona? —repitió él, una sonrisa amarga tiraba de sus labios—. Ella me desprecia, seguro, me culpa por haber sobrevivido cuando Antoine no lo hizo. Pero lanzar amenazas así... Eso no es su estilo. No tiene el valor ni la astucia para algo tan audaz.
—¿Entonces quizás un pariente más lejano? —arriesgó Roger, bajando la voz como si las paredes pudieran tener oídos.
Lucio negó con la cabeza firmemente. —No quedan —dijo—. No lo suficientemente cercanos como para importar, y ciertamente no lo suficientemente cerca para intentar algo como esto.
Roger notó las sombras de inquietud parpadeando en el rostro de Lucio. —Jefe —dijo suavemente—, no has hecho nada para merecer esto. Quienquiera que esté detrás de esto, los encontraremos. Lo prometo. No dejes que te pese.