La señora Agatha golpeó la puerta antes de empujarla. Allí estaba sentado Darío en la silla, revisando el archivo en su mano.
—Madre —susurró Darío.
—Quédate sentado —dijo la señora Agatha y cerró la puerta detrás de ella—. Sacando una silla, se sentó en ella y miró alrededor de la habitación. Nunca me hiciste sentir vergüenza con tus acciones, Darío —comenzó, su tono llevaba un poco de culpa.
—Excepto por traer a una amante a esta casa. Destruiste tres vidas con esto. Excluyendo a esa mujerzuela y su hija —dijo la señora Agatha con un tono amargo al final.
—Madre, sabías que quería casarme con Serafina desde el principio. Para cumplir el deseo de mi difunto padre, fui con tu elección. Sin embargo, ya era demasiado tarde para detenerme. Serafina ya estaba embarazada de mi hijo y el médico se negó a abortar debido a las complicaciones médicas —explicó Darío.