—Pero yo sí lo maté —murmuró Lucio.
Los dedos de Layla se detuvieron momentáneamente sobre su cabello, luego continuaron, masajeando su cuero cabelludo, trabajando la espuma en cada mechón. —No lo creo. Puedes decirme la verdad —dijo ella suavemente.
—Confías tanto en mí. ¿Y si te traiciono? —preguntó él, con un tono distante.
—¿Por qué dices cosas así? —le regañó ella, tirando de la manija del grifo. El agua tibia eliminó la espuma, dejando su cabello limpio.
Lucio cerró los ojos, saboreando el confort de su contacto. Una vez que ella terminó de enjuagarle el cabello, Layla le pidió que se pusiera de pie. Su vestido estaba húmedo en algunos lugares, pero lo ignoró, enfocándose completamente en Lucio. Ella tomó una toalla y se acercó a él mientras él se inclinaba contra el lavabo, su postura cansada.
Mientras le secaba suavemente el pelo, él rompió el silencio. —¿No tienes miedo de mí? Ahora que sabes que yo