—¿Por qué diría eso? —murmuró Orabela frustrada—, desplazándose por los comentarios. La gente estaba apoyando a Layla para que ocupase su legítimo lugar en la familia.
—No, no. Ella no puede convertirse en la heredera. Tengo que hablar con papá —murmuró Orabela, agarrando las llaves de su coche mientras se levantaba.
—Señorita Suzanne, voy a salir. ¿Está libre la salida trasera? —preguntó.
—Sí, señora —respondió su secretaria.
Orabela se apresuró al ascensor y bajó a la planta baja. Saliendo en coche, se dirigió a casa. Al entrar en la sala, su mirada se fijó en Layla, sentada en el sofá.
—¿Por qué estás aquí? Deberías ir con tu madre que intentó matarte. No estamos obligados a responder a tus preguntas cuando no sabemos nada —dijo Orabela.
—Tranquila, Bella —dijo Dario.
—¿Por qué, papá? —Orabela miró a su padre con desconcierto.