Los ojos de Lucio se abrieron de par en par y tomó una respiración profunda. Escuchó el sonido de pitido de la máquina y sintió un dolor extraño en todo su cuerpo. Miró alrededor, encontrando la habitación solo con una tenue luz amarilla encendida.
—Layla —murmuró con voz ronca, el nombre escapando de sus labios como una plegaria. El pánico comenzó a burbujear dentro de él. Luchando contra los cables y la máscara que lo ataban a la cama, se incorporó.
—Layla! Layla! —Su voz se elevó, llena de desesperación mientras arañaba la máscara de oxígeno, quitándosela.
Fuera de la habitación, Roger, su siempre leal confidente, escuchó el alboroto. Sin vacilar, deslizó la puerta y se encontró con la vista de Lucio intentando arrancarse la aguja de suero de la mano. Roger corrió a su lado, sujetándole la muñeca con firmeza pero delicadeza.
—¡Jefe, por favor! ¡Cálmate! —rogó Roger, su voz impregnada de preocupación. Presionó el botón de llamada en la pared para solicitar asistencia médica.