—Buenos días, papá —llamó Lucio mientras se acercaba.
Alekis se detuvo a medio paso, girando con una sonrisa cálida que arrugaba las esquinas de sus ojos. —Buenos días, hijo —su voz estaba cargada de afecto mientras abría sus brazos.
Lucio cerró la distancia entre ellos y abrazó a su padre. Alekis le dio unas palmaditas en la espalda antes de soltarlo suavemente.
—¿Por qué me llamaste tan de repente, papá? —preguntó Lucio con curiosidad.
Alekis entrelazó sus manos tras la espalda, su mirada se desvió momentáneamente hacia las vibrantes flores que los rodeaban. —Nada urgente —contestó, su voz tranquila pero deliberada—. Solo quiero que consideres mudarte de nuevo aquí, con tu esposa.
Lucio soltó un suspiro silencioso, negando ligeramente con la cabeza. —Ah, sabes que eso no es posible, papá. Ya hemos hablado de esto hace años.