—Arruinaste tu vida, pero ¿por qué tenías que arruinar también la mía? —La voz de Orabela estaba teñida de ira y traición mientras miraba a través del vidrio a Serafina, quien estaba sentada del otro lado de la sala de visitas.
—Si nunca realmente me aceptaste como tu hija, entonces ¿por qué abriste la boca y le dijiste todo a papá? Deberías haber seguido mintiendo, pretendiendo hasta el final —sus puños se apretaron mientras intentaba suprimir la furia que hervía por debajo de la superficie.
—Estaba obligada, Bella. Llegué a un punto en el que ya no podía seguir callando. Pero eso no significa que no intenté darte la mejor vida que pude —dijo, con la voz temblorosa tratando de sostener la dura mirada de Orabela—. Sabes que Dario no te abandonará. Lo conozco. Siempre te mantendrá como su hija.