Lucio regresó a su habitación de hotel, saliendo al balcón mientras sostenía un encendedor en su mano. La fresca brisa nocturna rozó su rostro, calmándolo por fuera, aunque por dentro, una tormenta se agitaba. Apoyado en la barandilla, examinó el encendedor—el último vestigio que tenía de Matteo.
—¿Qué me ocultaste, Matteo? —murmuró, su voz apenas un susurro—. Nunca lo mencionaste... ni siquiera al dar tu último aliento. Un dolor profundo se apoderó de su corazón, uno que no podía expresar. Cada vez que pensaba en Matteo, se sentía vacío, agobiado y mareado a la vez.
—Jefe, es hora de irnos. Todo está preparado —la voz de Roger lo sacó de sus pensamientos, devolviéndole a la realidad. Lucio inhaló profundamente, estabilizándose. La mirada de Roger contenía una comprensión silenciosa—sabía que su jefe estaba una vez más perdido en recuerdos del pasado.