Orabela se sentó frente al espejo, mirando su propio reflejo, su rostro una mezcla de angustia e incredulidad. Siempre se había valorado a sí misma, creyendo que era una princesa destinada a tener todo lo que deseaba.
Pero ahora, la verdad había destrozado esa ilusión. Sus padres, las mismas personas que una vez la habían colmado de amor y confort, se preparaban para abandonarla. La vida que había conocido, con su calidez y seguridad, se estaba desvaneciendo.
—La mujer que me crió, la madre que amé, ahora ni siquiera me mira —susurró, su voz ahogada por las lágrimas que llenaban sus ojos. —¿Cómo llegó a esto? ¿Cómo puedo ser la hija de la amante de mi padre? Ella lo destruyó todo —murmuró Orabela, su voz temblorosa, sus manos comenzaron a temblar.