El salón estaba demasiado silencioso con el sonido del reloj de pared haciendo tic-tac y resonando por el espacio.
Sofía y Emilio se sentaron en el sofá con las manos retorcidas nerviosamente por lo que estaba pasando.
Estaban tratando de juntar sus pensamientos sobre qué hacer y qué no hacer.
Sofía miró a su esposo que tenía los labios apretados en una fina línea ya que no sabía por dónde empezar.
Ella se aclaró la garganta ya que no podía permanecer en silencio para siempre.
—¿Qué va a pasar ahora? —dijo ella mientras él se encogió de hombros.
—Lo que tiene que suceder. Queda muy claro que no podemos encontrarnos con Miguel para cuestionarlo después de lo que ha hecho. Él tiene que pagar, pero ahora mismo necesitamos hacer lo correcto. Tenemos que pedirle perdón a Anna por intentar ir en contra de sus palabras.
—Tienes razón —asintió su esposa—. Deberíamos haberla creído. Dios, fuimos tan tontos al pensar que nos estaba mintiendo.