Miguel y Gio entraron al jardín mientras hablaban del resto de sus enemigos que posiblemente se estaban uniendo contra ellos.
Miguel aún estaba listo para enfrentarse a cualquiera que se atreviera contra su hogar.
Él había ordenado a sus hombres que estuvieran alerta ante cualquier actividad sospechosa.
Nadie iría tras su esposa. No mientras él estuviera vivo.
Y en cuanto a su prima, se ocuparía de ella cuando llegara el momento adecuado.
—Mientras estamos en eso —comenzó Gio—. ¿Qué tal si...?
—No he peleado con nadie en mucho tiempo —suspiró Miguel—. Deberías hacerlo conmigo.
—Oh, no —se rió Gio—. Jamás pensaría enfrentarme a ti. Eres demasiado bueno. Vi lo que le hiciste a tu último asistente...
—Él era débil —señaló Miguel—. No me gustan las personas débiles. Me hacen parecer débil y yo no lo soy.
La mirada que Miguel le dio a Gio lo hizo tragar saliva.
—¿Quieres que lo hagamos aquí?
—No —sonrió Miguel—. Allí.
Señaló un edificio a lo lejos.
—Allí.