En el centro del Río del Dragón Oculto.
Los líderes del clan se habían rendido todos; amargura e impotencia cubrían sus rostros.
Sobrevolándolos estaba un joven con agudos ojos dorados. Sostenía un abanico metálico, pero lo más extraño de él era la capa de metal cubriendo su piel, incluso su ropa y cabello parecían metálicos.
Su gélido aura se esparcía en el espacio cercano, casi congelándolo —no se podía sentir ni un soplo de brisa.
—Señor Ron, los Doce Clanes se han rendido y están dispuestos a servir al Clan del Dragón de Hierro. ¿Realmente necesita matarnos? —El Primer Anciano del Clan de la Palabra Nublada trató de reprimir su ira mientras limpiaba la sangre de la esquina de su boca.
Como un cultivador de espada del Rango Místico Verdadero, había logrado acercarse lo suficiente para atacar al Señor Ron con su espada, pero fue inútil. Su oponente era inigualable. Peor aún, había sido herido por una aterradora fuerza de rebote.