En la cueva, los murciélagos negros llenaban el aire, chillando y haciendo que el polvo volara mientras lanzaban ataques psíquicos continuos. Las paredes de la cueva temblaban por la fuerza de su asalto, lo suficientemente poderoso como para matar incluso a discípulos del cuarto Cielo del Reino Ascendido. En medio de este enjambre se encontraba una figura, inmóvil como una piedra, su aura se elevaba mientras una luz penetrante emanaba de su ojo izquierdo, congelando a los murciélagos más cercanos en su lugar. Caían al suelo, sangrando por los ojos y narices. Los murciélagos más distantes permanecían en su lugar, demasiado asustados para acercarse, excepto por los cuatro líderes murciélago del tercer Cielo, quienes lograron resistir el poder del ojo izquierdo ascendente de la figura, aunque también estaban debilitados.