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Chapter 72 - Episodio 72: canibalismo.

Verónica Suárez caminaba por las calles desiertas de la ciudad, tambaleándose ligeramente mientras el aire fresco de la noche acariciaba su rostro. En sus manos, sostenía un cigarrillo que dejaba escapar nubes de humo, perdiéndose en la oscuridad de la madrugada. Había algo en esa quietud que le resultaba reconfortante, como si el mundo alrededor de ella estuviera en pausa, dejando que pudiera perderse en sus pensamientos sin las presiones del día a día.

Sus ojos, ligeramente entrecerrados por el alcohol y las sustancias que había consumido, reflejaban una mezcla de confusión y desinterés por lo que ocurría a su alrededor. No tenía un destino claro, simplemente caminaba sin rumbo, dejando que las sombras de la ciudad la guiara, como una figura perdida en un mar de concreto y neón. El tráfico lejano y las luces de los edificios parecían estar en otra dimensión, distantes, mientras su mente fluctuaba entre momentos de claridad y de desorientación.

Su vida, por lo general rutinaria y monótona, le había llevado a buscar escapatorias en el alcohol y las drogas. Sentía que, de alguna manera, esos breves momentos de alivio temporal la desconectaban de una realidad que no le satisfacía. No sabía si estaba buscando algo en particular, o si simplemente intentaba olvidar, aunque en el fondo sabía que esa huida no le llevaría a ninguna parte.

Al dar otro paso, tropezó ligeramente, y fue cuando levantó la vista y vio algo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido. A lo lejos, entre las sombras, una figura destacaba. No parecía pertenecer a este mundo. La iluminación de las farolas de la calle no lograba iluminarlo completamente, pero Verónica pudo distinguir una presencia extraña, una sensación de inquietud que hizo que sus pies se quedaran clavados en el suelo.

La figura avanzaba hacia ella, como si estuviera esperando a que ella lo notara. Verónica no sabía si debía sentir miedo o curiosidad. Su mente confundida la empujaba a dar un paso atrás, pero algo dentro de ella también la instaba a avanzar, como si algo la atrajera hacia esa sombra misteriosa.

Sin embargo, en el fondo de su conciencia, la voz de la razón le susurró que algo no estaba bien. ¿Quién era esa persona? ¿Qué quería de ella? Pero su cuerpo no respondía como normalmente lo haría, y antes de poder tomar una decisión, la figura desapareció en la oscuridad.

Confusa y un poco alterada, Verónica se quedó mirando el lugar donde había estado la figura, tratando de hacer sentido de lo que había visto. Sus pensamientos eran un torbellino, y el humo de su cigarro se desvanecía rápidamente. En ese instante, comenzó a preguntarse si realmente había visto lo que pensaba que había visto o si era solo otro producto de su mente alterada.

Sin embargo, una pequeña chispa de curiosidad despertó dentro de ella. Tal vez, pensó, solo tal vez, había algo más en el mundo que aún no entendía. Algo que podría sacarla de la rutina y la indiferencia en la que se encontraba atrapada. Y esa chispa, aunque pequeña, era todo lo que necesitaba para iniciar un cambio.

Verónica Suárez se encontraba en un estado aún más alterado que el día anterior. Había decidido, como solía hacerlo, escapar de la realidad a través de las drogas. Su mente estaba borrosa, las imágenes se desdibujaban, y todo lo que sentía era un vacío. Un vacío que, por algún motivo, parecía estar creciendo cada vez más.

Al caminar por las calles desiertas, el hambre comenzó a apoderarse de ella. No era el hambre normal, una necesidad física que podía saciarse con algo de comida, no, era una sensación extraña, visceral, como si todo su cuerpo estuviera pidiendo algo mucho más profundo. Cada paso parecía más errático, su vista se nublaba aún más, y el entorno parecía volverse cada vez más distorsionado.

Fue entonces cuando vio a un hombre tirado en una esquina, un vagabundo. Estaba cubierto con harapos, su rostro sucio y lleno de arrugas, pero para Verónica, en ese momento, todo lo que podía ver era algo que su mente no podía procesar de manera coherente. La imagen del vagabundo se transformó ante sus ojos en una hamburguesa. Un deseo irracional se apoderó de ella, algo primitivo, algo que no podía controlar.

Sin pensarlo, Verónica se lanzó sobre él. La realidad y la locura se fundieron en un caos. Se abalanzó sobre el cuerpo del vagabundo, comenzando a morder y desgarrar, como si fuera una comida que nunca había probado antes. En su mente distorsionada, no veía al hombre, solo veía lo que pensaba que era una hamburguesa. Su estómago gruñía, y la necesidad de alimentarse, de consumir, la empujó aún más a seguir.

El vagabundo, inconsciente de la violencia que se estaba desatando sobre él, no reaccionó al principio. El estado de Verónica era tal que no podía escuchar ni entender las posibles súplicas o movimientos del hombre. La realidad que conocía se había evaporado, y en su lugar había quedado una necesidad urgente, animal, un impulso irracional de saciar un hambre que iba más allá de lo físico.

El momento era surrealista, y a medida que la escena se desarrollaba, el ruido del caos interior de Verónica parecía volverse cada vez más ensordecedor. Sin embargo, en su mente, ella no pensaba en el daño que estaba causando. La confusión, el deseo de llenar ese vacío existencial y la droga que recorría su cuerpo se unieron en una mezcla peligrosa.

Finalmente, tras lo que parecieron minutos pero que fueron segundos, Verónica se detuvo. Su respiración era entrecortada, y su cuerpo temblaba. Miró sus manos, cubiertas con restos de lo que acababa de hacer, y la claridad de la situación le golpeó con fuerza. El horror se apoderó de ella al darse cuenta de lo que había hecho.

El vagabundo seguía allí, tirado, sin moverse, completamente inconsciente. Verónica, con la mente nublada por la droga, cayó de rodillas, mirando lo que había sucedido. No podía comprender la magnitud de su acción, pero una sensación de repulsión y miedo comenzó a crecer dentro de ella.

El hambre que había sentido ya no era un deseo físico, sino algo mucho más aterrador, algo que reflejaba su propia desesperación interna. En ese momento, una pequeña chispa de lucidez llegó a su mente: estaba atrapada en algo mucho más grande que ella misma. Estaba atrapada en un ciclo que no podía controlar.

Mientras el sol comenzaba a salir en el horizonte, Verónica, temblorosa, se levantó lentamente. Miró por última vez al hombre que había atacado, sin saber qué hacer. La droga seguía en su sistema, y la confusión seguía reinando, pero algo, por primera vez en mucho tiempo, le decía que tal vez había llegado el momento de enfrentarse a las consecuencias de sus acciones, aunque no sabía cómo ni si estaba preparada para hacerlo.

La oscuridad de la noche comenzaba a desvanecerse, pero la oscuridad dentro de ella aún estaba allí.

Verónica Suárez, una chica atrapada en una espiral de adicciones, se encontraba vagando por las calles al amanecer. Su mente, nublada por las sustancias que había consumido, la llevó a tomar decisiones poco sensatas. Al caminar sin rumbo, encontró a un hombre sin hogar que yacía sobre un banco. Con la confusión nublando su juicio, Verónica, sin pensar mucho, decidió acercarse a él. La sensación de hambre y vacío en su interior la empujó a hacer algo que no comprendía por completo.

Al llegar a su casa, logró esconder lo que había hecho. En su hogar, sin la claridad suficiente para entender sus acciones, comenzó a preparar lo que tenía en sus manos, usando los utensilios a su alcance, como si fuera una comida cotidiana. La mezcla de ansiedad, desesperación y desconcierto empañaban sus pensamientos mientras el reloj avanzaba sin que ella pudiera parar lo que había comenzado. El proceso fue mecánico, sin conciencia plena de lo que realmente estaba haciendo, estaba comiendo carne humana del vagabundo que mató en la noche y no quería que nadie supiera nada. Se había vuelto adicta al sabor y al poder que sentía al quitarle la vida a alguien. Llevaba una doble vida, como una estrella socialmente respetada durante el día y como una depredadora despiadada durante la noche. Cada vez se le hacía más difícil ocultar su oscuro secreto.

Una noche, mientras caminaba por las calles en busca de su próxima víctima, se encontró con un grupo de hombres que la reconocieron. Intentaron detenerla, pero Verónica era demasiado rápida y astuta para ellos. Logró escapar y regresar a su casa, donde se encerró en su habitación y comenzó a planear su próximo movimiento.

Sabía que no podía seguir viviendo así para siempre. todos los detalles de sus crímenes.

Verónica, después de aquel episodio extraño, comenzó a vivir en otro lugar, alejada de las calles y de la confusión que la había rodeado. A pesar de intentar retomar una rutina más "normal", algo dentro de ella seguía latente. No era lo mismo que antes, pero la necesidad, esa sensación de vacío que la había llevado a cometer lo inimaginable, no desapareció por completo.

Aunque ya no buscaba, ni mucho menos deseaba repetir lo sucedido, algo en su interior aún la impulsaba a satisfacer esa extraña necesidad. La carne humana, que alguna vez había sido su obsesión, ya no le atraía de la misma manera. Ahora, se conformaba con lo que podía encontrar, aunque la carne de animal, en algún momento, no lograba calmarla completamente.

Verónica se encontró en un lugar oscuro, atrapada entre la normalidad que intentaba construir y esa oscuridad interna que, aunque menos vívida, seguía allí. Comer carne de animal, aunque le dejaba una sensación de saciedad, no le otorgaba la paz que esperaba. Sin embargo, al menos ya no buscaba lo mismo, ya no deseaba lo que había probado en su pasado. Pero el eco de esa necesidad, de algo más, seguía resonando en su mente.

Verónica, con el paso de los días, empezó a transformarse más allá de lo que imaginaba. Aunque intentaba encajar en una vida común, algo dentro de ella había cambiado irrevocablemente. Esa necesidad, que antes había sido un susurro en su mente, ahora se había convertido en una obsesión insostenible. Vivir con la presión de ocultarlo, con la constante lucha interna, la había consumido lentamente.

Un día, mientras caminaba por la calle, se detuvo al ver a un hombre que pasaba cerca. Algo en él la atrajo, pero no era su aspecto ni su actitud lo que la cautivaba, sino el aroma. Verónica, sin pensarlo, comenzó a inhalar profundamente. Su nariz, casi como un animal, detectaba cada capa del olor de su carne. Desde el sudor que impregnaba su piel hasta el leve rastro de la comida que había consumido antes de salir. Lo percibía todo con una claridad espantosa, y no podía evitarlo. El deseo, la necesidad, la obsesión… todo se concentraba en ese hombre.

Se quedó allí, inmóvil, observando con fijación su figura, como si pudiera saborear cada parte de él sin tocarlo. Cada respiración de él la envolvía, como si estuviera frente a una presa. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, y la sensación de hambre, esa que creía haber controlado, volvió con más fuerza que nunca.

Aunque su mente intentaba racionalizar lo que sentía, el impulso crecía cada vez más fuerte. Verónica sabía que ya no podía seguir ignorando lo que había dentro de ella. Cada vez que veía a una persona, esa sensación de "necesitar" algo más, algo prohibido, la hacía perder el control. Sin embargo, esa vez se mantuvo contenida, al menos por ahora.

La psicopatía que se había ido formando en su interior se manifestaba de manera extraña. En ocasiones, podía percibir la vida de los demás con una intensidad aterradora, casi como si pudiera verlos por dentro. Su obsesión por la carne humana no se trataba solo de la necesidad física, sino de un poder aún más oscuro: la fascinación por lo que estaba más allá de la superficie, por despojar a las personas de su humanidad.

Su vida, aunque ahora más contenida, seguía marcada por ese oscuro deseo. A veces, se encontraba mirando a los demás, analizándolos como si fueran objetos que podía examinar, tocar y, finalmente, consumir. La lucha interna de Verónica se hacía cada vez más feroz, mientras su lado más humano intentaba resistir, pero algo dentro de ella ya había sido irremediablemente cambiado.

Verónica ya no podía ignorar más lo que había comenzado a gestarse dentro de ella. Los días pasaban, pero cada vez era más evidente que su humanidad se desvanecía, reemplazada por una necesidad que ya no podía sofocar. La constante lucha interna había terminado. El deseo que había estado guardado, como una llama temblorosa en su interior, ahora ardía con fuerza descontrolada. Había ganado. Ya no tenía freno.

Su mente, antes fragmentada entre la racionalidad y la necesidad, ahora se había rendido completamente a lo que quería. No importaba el caos ni el peligro, nada importaba más que saciar esa hambre insaciable que había crecido dentro de ella. Sus sentidos, antes agudos, ahora estaban desbordados, y la percepción de su entorno se había distorsionado. Podía oler la humanidad, escuchar la sangre fluir en las venas, percibir el más mínimo movimiento de sus presas. Cada respiración, cada latido, se sentía como un llamado en la oscuridad.

Fue una tarde cuando, mientras caminaba sin rumbo por la ciudad, su mirada se posó en un hombre. Aquel hombre caminaba tranquilo, ajeno a lo que se avecinaba. Verónica, sin pensar, dio un paso hacia él. Algo en su mirada, en la forma en que su cuerpo se movía, la hizo acercarse. Su vista, ya casi sobrehumana, seguía cada detalle de él con una precisión escalofriante. Cada paso del hombre la atraía como un imán, pero no solo era su figura, sino algo más profundo.

Cuando el hombre pasó junto a ella, Verónica no pudo resistirse. Sin pensarlo, se adelantó, y con un movimiento rápido y decidido, lo tomó de la muñeca, tirando de él hacia un callejón oscuro. La víctima, atónita y confundida, intentó forcejear, pero la fuerza de Verónica era inhumana. El miedo creció en los ojos del hombre mientras luchaba por zafarse, pero Verónica estaba más allá de la razón.

"Shhh... no luches", susurró, con una voz que no sonaba humana. Su mente estaba completamente dominada por ese impulso salvaje, la única necesidad que ahora sentía.

El hombre intentó gritar, pero Verónica, con una sonrisa perturbadora, cubrió su boca con la mano, silenciando su voz. Mientras lo acercaba más, podía sentir su corazón latiendo, cada latido era un tambor resonando en su cabeza. La sangre, tan cerca, tan tentadora, casi la cegaba.

Todo a su alrededor se desvaneció. Ya no había pensamientos, solo el deseo. Lo único que importaba era su víctima, el sacrificio necesario para calmar su hambre.

La transformación en Verónica era irreversible. Su mente había sucumbido por completo. Ya no era la chica común que había sido antes. En su lugar, se alzaba una criatura, una psicópata sedienta de sangre. La víctima, ahora paralizada por el miedo, era solo el principio de su caída en el abismo. No había marcha atrás.

El hombre, al principio desconcertado, no entendió lo que sucedía. Su resistencia era mínima, pero Verónica no se detenía. En la quietud de la casa, el ambiente se cargó de una tensión inconfesable. Sin que él pudiera reaccionar, Verónica dejó que sus manos se movieran, controladas por algo que ya no podía frenar. Algo en su interior sabía que el proceso había comenzado. La idea que había comenzado como una simple curiosidad, se había transformado en una necesidad irreprimible.

Lo que sucedió después no se podía describir con claridad. Ella no pensó, no se cuestionó. Simplemente actuó, como si una parte de ella, algo primitivo y antiguo, hubiera tomado el control. Cuando la calma finalmente llegó, Verónica se encontró ante lo que había hecho. Miró, no con horror, sino con una sensación extraña de satisfacción. Su necesidad había sido saciada, pero algo dentro de ella seguía vacío.

Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, pero Verónica no sentía ninguna conexión con el mundo fuera de esa habitación. En su mente, solo existía una constante: la necesidad de repetir, de buscar más, de alimentar una oscuridad que crecía en su interior.

Verónica Suárez había cruzado una línea que nunca pensó que podría cruzar. Al principio, su hambre insaciable era algo que solo ella entendía, una necesidad que no podía satisfacer con nada más que no fuera esa oscuridad que se había apoderado de su alma. Al principio, lo hacía en secreto, satisfaciendo sus deseos con quien caía en su camino, pero rápidamente se dio cuenta de que había una demanda, una oportunidad en ese vacío profundo que ya no podría ignorar.

A medida que sus acciones se volvían más osadas, su rostro adquiría una expresión fría, calculadora. Verónica entendió que no estaba sola en este mundo de sombras. Existen aquellos que, como ella, se habían dejado consumir por sus deseos más oscuros, pero que necesitaban algo más para alimentarse, algo más que la simple carne de un ser humano. Fue entonces cuando comenzó a traficar, no solo con el producto de sus deseos, sino con la carne misma, esa carne que ya no veía como un simple alimento, sino como un artículo que se podía vender.

No era una comerciante común, no se limitaba a hacer entregas ordinarias, sino que entendía bien el tipo de clientes que buscaba. Personas sin escrúpulos, individuos con apetitos más oscuros y poderosos que los suyos, aquellos que querían más que placer. Así, Verónica comenzó a adquirir la carne humana no solo como medio para satisfacer su propia necesidad, sino como un negocio. Tráfico clandestino, donde los compradores pagaban grandes sumas, convencidos de que el precio valía el poder que obtenían a cambio.

A medida que su red de contactos se expandía, Verónica se sumergió más en la oscuridad, entregando a sus clientes lo que deseaban, sin hacer preguntas. Para ella, ya no importaba si sus víctimas eran conscientes o no de lo que les esperaba; la sombra había consumido cualquier vestigio de humanidad que pudiera quedarle. Y lo peor era que el vacío nunca desaparecía. Aunque sus deseos se satisfacían, algo más había nacido dentro de ella: la necesidad de más, de siempre más, de seguir alimentando esa oscuridad que la definía ahora.

Al final, su vida se convirtió en un ciclo interminable de suministro, de búsqueda y de satisfacción de quienes tenían el poder de comprar lo que ella ofrecía. Su rostro se volvía aún más distante, más calculador, pues ya no veía a las personas como seres humanos, sino como mercancía. En su mente, la pregunta no era si había hecho lo correcto, sino cómo lograr que sus clientes siguieran regresando por más.

Fin.