El ambiente estaba cargado de tensión, y el aire parecía detenerse mientras Samira, envuelta en un aura de oscuridad y luz, se preparaba para dar el siguiente paso en esta batalla decisiva. Sus manos brillaron con un destello cegador, una combinación de la luz más pura y la oscuridad más profunda. En ese momento, creó una katana, una obra maestra nacida del caos y el orden, de las energías opuestas que ahora coexistían en su interior. La hoja era un contraste perfecto: un lado irradiaba una luminosidad divina, mientras que el otro absorbía toda la luz a su alrededor, como si el vacío mismo estuviera contenido en ella.
"Es hora," murmuró Samira, su voz cargada de ira y determinación. Con un movimiento que superaba la velocidad de cualquier criatura mortal, salió disparada hacia la monstruosidad que Nagatchi había creado. La criatura, gigantesca y deformada, rugió mientras intentaba defenderse, pero la precisión de Samira era impecable.
Con un solo corte de su katana, Samira destrozó varias partes del monstruo, arrancándole extremidades y dejando su cuerpo en un estado irreparable. Su energía parecía imparable, y cada golpe llevaba consigo la fuerza de todos aquellos que había perdido. Pero no estaba sola. Desde las sombras, la entidad Krak, invocada por Samira, emergió con una ferocidad devastadora. Con movimientos rápidos y letales, Krak completó el trabajo, desgarrando lo que quedaba de la criatura hasta que finalmente explotó en una lluvia de energía oscura, escombros y polvo.
Cuando todo se calmó, Samira quedó de pie en el techo de un edificio cercano, su silueta iluminada por el resplandor de su poder. Respiraba con fuerza, pero sus ojos brillaban con una mezcla de ira y propósito. Sin perder tiempo, se acercó al Comandante Sheep, quien yacía gravemente herido tras su enfrentamiento con Nagatchi. Con un movimiento suave pero firme, Samira canalizó su energía curativa, combinando luz y oscuridad en un equilibrio perfecto. Las heridas del comandante comenzaron a cerrarse, y este abrió los ojos lentamente, agradecido pero aún débil.
Krak, flotando a su lado, observó a Nagatchi, quien estaba de pie a lo lejos, esperándola. La entidad inclinó la cabeza hacia Samira y, con una voz profunda y resonante, preguntó:
"¿Quieres acabar con él?"
Samira, apretando con fuerza el mango de su katana, miró a Nagatchi fijamente. Sus ojos brillaban con una intensidad inquebrantable mientras respondía:
"Sí. Es hora de vengar a los que ha matado."
Al escuchar esas palabras, Nagatchi dejó escapar una risa baja y burlona. Su figura oscura parecía aún más imponente bajo la luz tenue que se filtraba entre los escombros. Dio un paso adelante, levantando una mano, y con un tono lleno de malicia declaró:
"Bienvenido a mi mundo."
El suelo comenzó a temblar, y una oscuridad densa comenzó a envolver el entorno. El cielo se tornó rojo sangre, y un paisaje surrealista empezó a formarse a su alrededor, como si la realidad misma hubiera sido absorbida por la influencia de Nagatchi. Criaturas deformes surgieron de la tierra, y el aire se llenó con un zumbido inquietante, una mezcla de desesperación y caos.
Samira, sin embargo, no se inmutó. Su katana brillaba con una intensidad cada vez mayor, y su determinación era inquebrantable. Krak, a su lado, rugió con fuerza, listo para enfrentarse al caos que Nagatchi había desatado. Ambos sabían que esta sería la batalla final, y no habría lugar para el fracaso.
La venganza estaba cerca, y el destino de todo lo que quedaba por salvar dependía de este enfrentamiento.
Samira permanecía inmóvil, observando su entorno con una mirada gélida y analítica. Las sombras de las hijas adoptivas de Nagatchi se proyectaban contra la atmósfera opresiva creada por su enemigo. Cada movimiento suyo parecía calculado, casi como si cada detalle de la batalla estuviera ya escrito en su mente. Nagatchi, con su eterna sonrisa de desprecio, seguía invocando criaturas oscuras que surgían del suelo, deformadas y listas para atacar.
Pero Samira no se dejó intimidar. Había algo nuevo en ella, un poder que comenzaba a manifestarse de manera abrumadora. Había copiado, con precisión impecable, una habilidad que Nagatchi jamás imaginó que alguien pudiera perfeccionar. La capacidad de neutralizar a un enemigo con simples palabras. Sin embargo, Samira llevó este poder más allá de cualquier límite que Nagatchi hubiera imaginado. Ya no necesitaba pronunciar más que un par de sílabas para desatar su devastación. Incluso su mirada podía volverse un arma letal.
Las criaturas de Nagatchi se abalanzaron sobre ella, pero Samira, con una voz firme y cargada de energía, pronunció dos simples palabras:
"Cierren la boca."
El efecto fue inmediato y aterrador. Como si el peso del universo se concentrara en esas palabras, la fuerza invisible que emanó de Samira impactó a las criaturas, haciéndolas colapsar sobre sí mismas. Sus cuerpos se deformaron, aplastados por una gravedad inexistente, hasta que simplemente se disolvieron en el aire como si nunca hubieran existido.
Nagatchi permaneció inmóvil, observando con una mezcla de sorpresa y admiración contenida. Por primera vez, su sonrisa burlona se desvaneció, reemplazada por una mirada calculadora.
"Tienes un poder excepcional," comentó, su voz resonando como un eco en el caos que los rodeaba. "Ese potencial… lo estás explotando más allá de lo que jamás creí posible. Para sanar, para destruir… necesitas un poder tan inmenso como el de un chico que vi una vez… o quizás el mismo Vishnu."
Samira no respondió de inmediato. Su expresión era de puro control y determinación, como si cada fibra de su ser estuviera dedicada a acabar con Nagatchi y todo lo que representaba. Finalmente, habló con una voz serena, pero cargada de amenaza:
"No necesito que me digas quién soy o de qué soy capaz. Solo queda espacio para una cosa, Nagatchi… tu final."
Nagatchi, al escuchar esto, soltó una risa baja, cargada de cinismo. Pero por primera vez, sus ojos revelaron un atisbo de algo que jamás había mostrado antes: miedo.
Nagatchi, de pie entre las ruinas que él mismo había causado, observó a Samira con una mezcla de fascinación y diversión. Su sonrisa se ensanchó mientras hablaba, sus palabras impregnadas de un retorcido reconocimiento:
"Copiaste la técnica de una de mis hijas adoptivas… con solo observar. Tu habilidad de absorber y adaptarte es casi infinita… o tal vez más. Quizás tu poder de contener y dominar todo está por encima de los dioses. Y eso… eso me sorprende, Samira. Apenas ha comenzado el combate, y ya has moldeado esta batalla a tu favor. Y con esa entidad que invocaste… te potencia al máximo. Realmente eres algo digno de admirar."
Samira no mostró emoción ante los halagos envenenados de Nagatchi; al contrario, sus ojos irradiaban una ira contenida que comenzaba a desbordarse. La energía a su alrededor crepitaba como rayos descontrolados, su presencia resonando como un eco que retumbaba en cada esquina del campo de batalla. Sin apartar la vista de su enemigo, avanzó un paso más cerca, su voz cargada de un desprecio glacial:
"¿Sorprendido, Nagatchi? No deberías estarlo. Eres solo otro obstáculo más. Otro enemigo que, como tantos otros, caerá ante mí. Al igual que los que enfrentó mi padre, Nerumi… tú también serás reducido a lo que realmente eres: una simple cucaracha."
La referencia a Nerumi parecía encender algo en Samira. Su cuerpo brillaba con una mezcla de luz y oscuridad, una fusión perfecta de fuerzas opuestas que se manifestaba en cada movimiento. La entidad Krak, flotando detrás de ella, rugió con aprobación, amplificando la tensión del momento.
Nagatchi inclinó levemente la cabeza, sus ojos afilados, tratando de leer a Samira, aunque por primera vez parecía desconcertado.
"Cucaracha… interesante analogía. Pero me temo que, para acabar conmigo, necesitarás mucho más que insultos. Este mundo que anhelo construir… no es para los débiles de espíritu. Y aunque tu poder sea increíble, Samira, no subestimes el mío."
Samira, ahora envuelta en su energía desbordante, alzó su katana de luz y oscuridad, apuntándola directamente hacia Nagatchi. Su voz resonó con determinación y una amenaza inquebrantable:
"No me importa cuántos mundos destruyas o cuántas vidas tomes. Aquí termina tu reinado de caos. Aquí termina tu legado de muerte. Te arrancaré de este mundo como el parásito que eres."
Nagatchi soltó una carcajada, pero había algo diferente en su tono: una pizca de nerviosismo escondida detrás de su arrogancia.
"Muy bien, entonces. Bienvenida a mi mundo, Samira. Veamos si puedes sobrevivir a lo que realmente significa enfrentarse a un dios en su totalidad."
Ambos avanzaron el uno hacia el otro, dos fuerzas opuestas destinadas a colisionar en una batalla que sacudiría no solo el terreno, sino el destino de todo lo que les rodeaba.
La tensión en el aire era sofocante mientras Nagatchi materializaba un nunchaku que brillaba con una peligrosa mezcla de energías: la oscuridad, el poder atómico y la luz se entrelazaban en un arma tan imponente como mortal. Con una sonrisa perversa, el villano giró su arma con una velocidad que deformaba el aire a su alrededor, creando un zumbido ensordecedor.
Samira, sin vacilar, se lanzó al combate. Su katana de luz y oscuridad destellaba con cada movimiento, chocando contra el nunchaku de Nagatchi en una sinfonía de explosiones que sacudían la tierra y el cielo. Cada golpe era una demostración de poder absoluto, con ráfagas de energía descontrolada que destruían edificios cercanos y pulverizaban el suelo.
Nagatchi, con movimientos calculados, intentó conectar un golpe directo contra Samira, pero la presencia protectora de Krak intervino, desviando el ataque con un rugido de energía pura. Aprovechando la apertura, Samira movió su katana con una precisión sobrehumana, liberando un corte tan devastador que atravesó no solo edificios cercanos, sino también montañas distantes. El tajo se extendió más allá del horizonte, escapando incluso de la atmósfera del planeta, dejando un rastro luminoso que dividía los cielos.
Nagatchi, sin embargo, no era un enemigo fácil de derrotar. Viendo el peligro inminente, esquivó hábilmente el intento de Samira de cortarle el cuello, girando en el aire con una gracia antinatural. A pesar de esto, Samira, rápida como un relámpago, logró deslizar su katana lo suficientemente cerca como para rasgar la ropa de Nagatchi, aunque su piel permaneció intacta, como si estuviera protegida por una barrera invisible de energía abrumadora.
"Impresionante," dijo Nagatchi, retrocediendo un par de pasos mientras examinaba la rasgadura en su ropa. Su sonrisa no había desaparecido, pero había una nueva tensión en sus ojos. "Tu fuerza es digna de admirar, Samira. Sin embargo, no creas que esto será suficiente para derrotarme."
Samira, con una mirada ardiente, no mostró señales de agotamiento. Al contrario, su determinación parecía crecer con cada segundo. "No necesito tus halagos, Nagatchi. No importa cuán fuerte seas, no permitiré que sigas destruyendo vidas. Hoy, este duelo se termina."
El campo de batalla, ahora reducido a escombros y cráteres, temblaba bajo el peso de sus poderes. Las explosiones y los destellos de luz continuaron llenando el aire mientras ambos guerreros se preparaban para el próximo intercambio, sabiendo que el final estaba cada vez más cerca.
Samira, con la rabia ardiente en su mirada, gritó con una voz cargada de desprecio: "¡Pareces un niño hablando de querer ser un dios! Y no lo eres, eres peor que eso, Nagatchi, solo un monstruo que juega a ser invencible."
Nagatchi, impasible, cerró la distancia entre ellos con una velocidad aterradora. Su nunchaku, cargado de energías devastadoras, descendió directamente hacia Samira, golpeándola con tal fuerza en el pecho que la envió volando contra un muro cercano. El impacto fue ensordecedor, y el muro se desmoronó en pedazos mientras Samira jadeaba, tratando de recobrar el aliento.
Sin darle tiempo para reaccionar, Nagatchi saltó, listo para ejecutar el golpe final. Pero, en el último instante, la entidad Krak apareció, interponiéndose entre ambos y salvando a Samira. En un destello, la transportó a una posición segura detrás de él.
Samira, aún temblando pero decidida, pidió a Krak que la soltara. Con un gesto solemne, se puso de pie y adoptó una postura de combate, con los ojos ardiendo de determinación. En un abrir y cerrar de ojos, se lanzó hacia Nagatchi con una velocidad cinco veces superior a la que había demostrado antes. Su cuerpo era un borrón de pura energía, un destello imparable.
Nagatchi, apenas logrando seguir sus movimientos, sintió el roce de la katana de Samira contra su cuerpo. El arma, potenciada al límite con la energía que ella había acumulado, no pudo soportar el exceso de poder y se hizo añicos en sus manos.
"Grave error," comentó Nagatchi, con una sonrisa burlona mientras retrocedía. "Tu propia fuerza destruyó tu arma. ¿Acaso tu querido Nerumi nunca te enseñó el peligro de excederte? Esto solo te hará más débil, y..."
Antes de que pudiera terminar su frase, Samira, con un rugido de furia, lanzó un puñetazo cargado de un destello naranja, una técnica mítica que solo se logra cada mil años. Hasta ahora, solo Nerumi y ella habían sido capaces de invocarlo. La energía del golpe se concentró en su puño y, con una explosión cegadora, impactó directamente en el rostro de Nagatchi.
El villano salió disparado como un meteoro, atravesando varios edificios mientras la onda expansiva del golpe destrozaba todo a su alrededor. Cuando finalmente se detuvo, su cuerpo quedó enterrado entre los escombros, jadeando y aturdido.
"Increíble..." murmuró Nagatchi mientras se levantaba con dificultad, su rostro marcado por el impacto. Una mezcla de asombro y admiración brilló en sus ojos. "Ese poder... Lo he subestimado."
Samira, con el brazo aún brillando con el resplandor del destello naranja, lo observó desde lejos. Su determinación no había flaqueado, y su voluntad era más fuerte que nunca. "No importa cuántas veces te levantes, Nagatchi," dijo con una voz firme. "Te haré pagar por cada vida que has destruido."
Samira, con el fuego de la determinación ardiendo en sus ojos, pronunció con una calma amenazante: "Acabemos con esto rápido."
Sin perder tiempo, comenzó a acumular energía de forma intensa. Era una fuerza tan inmensa que el aire a su alrededor vibraba y se distorsionaba, como si el universo mismo temiera lo que estaba por venir. Cada fibra de su ser canalizaba el poder con un único propósito: acabar con Nagatchi de una vez por todas, no solo destruyendo su cuerpo, sino también su existencia misma.
Por su parte, Nagatchi, comprendiendo la magnitud de la amenaza, comenzó a reunir su propia energía, invocando su poder de oscuridad y luz combinado. El ambiente se tornó pesado, casi irrespirable, mientras ambos guerreros elevaban sus energías al máximo. Era un duelo de titanes, donde cada segundo aumentaba la tensión.
Los ataques de ambos colisionaron con una fuerza inimaginable. La explosión inicial iluminó el cielo como si un segundo sol hubiera nacido, mientras ondas de choque devastadoras arrasaban con todo a su alrededor. El mundo parecía al borde del colapso.
Sin embargo, Samira, aprovechando un instante de distracción de Nagatchi, desapareció de su vista. Con un movimiento calculado y preciso, apareció detrás de él y, con sus manos envueltas en energía pura, lanzó una técnica diseñada para dañar directamente el alma.
El impacto fue devastador. Nagatchi, que no había previsto el ataque, sintió cómo la energía perforaba su ser más profundo. Su cuerpo tambaleó, y la fuerza de su ataque comenzó a desmoronarse. "¿Qué... qué es esto?", balbuceó mientras la técnica corroía su espíritu.
Samira, viendo la apertura, no dudó. Concentrando todo el poder que le quedaba, lanzó su ataque definitivo, un golpe que contenía no solo su fuerza, sino la esperanza y la ira de todos aquellos que habían caído ante Nagatchi.
El impacto final fue apocalíptico. Una explosión tan masiva como una detonación nuclear se desató, iluminando el horizonte y consumiendo todo el lugar. El terreno fue arrasado, dejando un cráter gigantesco donde antes había estado el campo de batalla.
Cuando el polvo comenzó a asentarse, Samira permanecía de pie, respirando con dificultad pero victoriosa. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, pero su espíritu seguía firme. Nagatchi, por otro lado, yacía en el suelo, debilitado y casi irreconocible, apenas consciente después de haber recibido un golpe al alma.
Samira, mirándolo con desprecio, dijo con voz firme: "No eres un dios, Nagatchi. Eres solo una sombra que se desvanece."
La batalla había llegado a su fin, pero las cenizas del enfrentamiento seguían cayendo. Nagatchi, maltrecho, se levantó con dificultad, apoyándose contra una pared. Su brazo faltante y el agujero en su pecho no eran más que recordatorios del sacrificio hecho. Respiró hondo, dejando escapar un suspiro cargado de dolor y resignación. "Para la próxima… para la próxima, tu poder será mío."
Se dejó caer lentamente al suelo, mirando al vacío. "Es demasiado tarde, Nerumi… y pensar que sería tú quien me mataría. Dime… mi familia, ¿están bien?", preguntó con una débil sonrisa.
Nerumi asintió con gravedad, su rostro tan serio como el peso de la situación. "Sí. Todos ellos escaparon, incluyendo a Katsuro. Lo vi a lo lejos."
Nagatchi, aunque al borde de la muerte, dejó escapar una leve risa irónica. "Así es… A diferencia de ti, yo soy el bueno de la historia."
Nagatchi dejó escapar una risa débil mientras apoyaba su cabeza contra la pared, sus ojos entrecerrados por el dolor. "Dime una cosa, Nerumi… ¿fue tu comandante quien orquestó todo esto para que Samira desatara su poder?"
Nerumi, cruzando los brazos, respondió con franqueza. "Sí, todo fue idea suya. Cada movimiento, cada sacrificio, todo para ese propósito."
Nagatchi soltó una carcajada entrecortada que resonó en el silencio. "Me lo imaginaba. Siempre tan calculador, siempre jugando con los demás como si fueran piezas de ajedrez." Sus ojos buscaron a su viejo amigo, y una sonrisa nostálgica apareció en su rostro. "Aunque, siendo sinceros, yo tampoco soy muy diferente… Después de todo, fui yo quien contrató a esos dos sicarios."
Nerumi lo miró fijamente, sin asombro, como si ya lo supiera. "Me di cuenta, Nagatchi. Era tu estilo, tu forma de desviar la atención. No podías resistir dejar un rastro."
Nagatchi, aunque con el cuerpo destrozado, encontró fuerzas para reír nuevamente. "Amigo… sinceramente, odio a los humanos, esos monos que se creen dioses. Pero, aunque no lo creas, nunca podría odiar a mis amigos… ni a mi familia."
Nerumi se acercó, arrodillándose frente a él. "Dime tus últimas palabras."
Nagatchi, con un susurro apenas audible, respondió. "Nos veremos de nuevo, ¿no?"
Nerumi asintió, su expresión endurecida, aunque sus ojos traicionaban un dejo de tristeza. "Nagatchi… tú serás mi mejor amigo. El único que he tenido."
Con esas palabras, Nagatchi cerró los ojos, deteniendo el latido de su corazón y simulando su muerte con perfección. Nerumi, tras comprobarlo, cargó su cuerpo silenciosamente. Se dirigió a un bosque apartado, lejos de la civilización, donde enterró a su amigo en una tumba sencilla, marcada únicamente por una roca.
De pie frente a la tumba, Nerumi inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto. "Adiós, viejo amigo." Luego, sin mirar atrás, regresó al lugar donde Samira lo esperaba.
Nerumi observó a Samira y, tras echarle un poco de agua en la cara, la despertó suavemente. "Hey, despierta," dijo, con una voz tranquila pero firme.
Samira, abriendo los ojos lentamente, se incorporó rápidamente, aún confundida. "¿Dónde está Nagatchi?" preguntó, su mirada buscando a su enemigo caído.
Nerumi, con un tono serio y frío, respondió mientras ayudaba a Samira a ponerse de pie. "Ya no está. Es hora de retirarse." Sin dar más explicaciones, empezó a caminar hacia la salida.
Samira, aunque sorprendida, siguió a Nerumi sin decir una palabra. El peso de la batalla aún rondaba en su mente, pero sabía que el momento de descansar había llegado. Ambas se alejaron de la zona de combate, dejando atrás el campo de batalla.
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Horas más tarde, en el lugar apartado donde Nerumi había enterrado a Nagatchi, la calma se rompió con una pequeña explosión. Una granada de bajo poder detonó en la tumba, levantando tierra y escombros por los aires. De entre las ruinas, Nagatchi emergió, ligeramente cubierto de polvo, pero completamente ileso. Con una sonrisa astuta en el rostro, murmuró para sí mismo.
"Logré sobrevivir… Fingir mi muerte salió bien."
Con su cuerpo regenerado y su voluntad intacta, se reincorporó lentamente. Aunque sus heridas aún dolían, su mente trabajaba con rapidez, listo para seguir adelante en su misión.
Nagatchi, tras asegurarse de que nadie lo estuviera siguiendo, se retiró al lugar que había preparado con cuidado: una pequeña cabaña oculta en medio de un frondoso bosque. La quietud del lugar ofrecía un respiro tras el caos. A lo lejos, vio la cabaña donde sus seres queridos esperaban. El aire fresco del bosque le dio un poco de alivio mientras caminaba lentamente hacia la entrada.
Al llegar, abrió la puerta con una leve sonrisa en su rostro, y al ver a los que consideraba su familia, dejó escapar un suspiro profundo.
"Llegué, familia… Me tardé," dijo, con una voz algo cansada pero tranquila.
Katsuro, Nagata, Deyci, y Mariana se voltearon al escuchar la voz familiar, y al ver a Nagatchi, la expresión de alivio se reflejó en sus rostros. Nadie dijo nada por un momento; simplemente se reunieron, reconociendo el regreso de quien, aunque herido, había vuelto a su lado. Era un regreso silencioso, pero cargado de emociones y promesas no dichas.
Nagatchi dejó caer su capa y se sentó en una silla cercana, observando a los suyos. Aunque su cuerpo mostraba señales de la batalla, su espíritu no había sido quebrantado.
Nagatchi se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre la situación. Sabía que lo que había pasado no era más que una pequeña victoria en su largo y arduo camino hacia sus objetivos. Absorber a los dioses sería un desafío aún mayor, pero no le faltaba determinación. Tenía que pensar en un plan más elaborado, algo que pudiera poner a los dioses en una situación en la que no pudieran escapar de su poder.
"Mira, ahora que lo pienso," murmuró para sí mismo, con una ligera sonrisa en los labios, "tendré que pensar en otro plan para absorber a los demás dioses. Pero eso ya lo veremos. Después, por ahora, tengo que planear."
Al mirar a su alrededor, sus pensamientos se centraron en cómo podía aprovechar los recursos que tenía a su disposición. Katsuro, Nagata, Deyci, y Mariana estaban ahí, dispuestos a ayudarlo, pero necesitaba algo más que simples aliados. Necesitaba poder, inteligencia y control sobre los movimientos de los dioses.
De repente, se levantó de la silla con una determinación renovada. Miró a su familia, sabiendo que debía mantener sus intenciones en secreto por ahora, pero con la firmeza de que en su interior ya había comenzado a trazar su próximo paso.
"Por ahora, todo será cuestión de paciencia," pensó.
Mientras tanto, en una ciudad tranquila alejada de los horrores recientes, Nerumi, Samira, Comandante Sheep, Ivan, Misa y Sanbs se reunieron en un acogedor restaurante. El ambiente era alegre, lleno de risas y un festín que parecía un pequeño respiro para todos después de las intensas batallas y los desafíos que habían enfrentado. Era un momento para relajarse, dejar atrás el caos y disfrutar de la compañía mutua.
Nerumi, a pesar de la carga emocional que aún llevaba, se sentó en la cabecera de la mesa. Samira, al lado de él, parecía más relajada de lo que había estado en mucho tiempo, disfrutando de la comida sin la constante preocupación de lo que estaba por venir. Comandante Sheep, siempre serio pero con una mirada tranquila, se dedicaba a probar los platos mientras discutía con Ivan sobre estrategias pasadas y nuevas misiones.
Ivan, como siempre, estaba observando el panorama con una actitud cautelosa, pero también disfrutando de la comida. Misa, con su energía inquebrantable, mantenía conversaciones animadas con todos, mientras que Sanbs, el más reservado del grupo, prefería quedarse en un rincón, observando todo en silencio y solo interviniendo cuando algo realmente captaba su atención.
La comida era abundante, con carnes jugosas, verduras frescas y postres deliciosos. Todos parecían disfrutar del momento, olvidando, aunque fuera por un instante, el peso de sus responsabilidades y las cicatrices de las batallas pasadas.
Nerumi levantó su copa y, con una mirada a sus compañeros, dijo con una sonrisa tranquila:
"Por momentos como estos. Aunque el futuro sea incierto, al menos tenemos ahora. Salud."
Samira, mirando a los demás, asintió y alzó su copa también.
"Salud, por los que hemos perdido y los que seguimos luchando."
Comandante Sheep, levantando también su copa, añadió:
"A nuestra gente, que siempre encuentra el camino, incluso en las sombras."
La conversación continuó entre risas, anécdotas y planes para el futuro, mientras cada uno trataba de olvidarse, aunque fuera por un momento, del peso que llevaban. Pero, a pesar de la paz temporal, todos sabían que el peligro aún acechaba en algún lugar, y que no podrían descansar por mucho tiempo. Sin embargo, en ese instante, estaban juntos, disfrutando de la compañía y el festín que la vida les ofrecía en ese momento.
Nagatchi, después de haber absorbido a casi todos los dioses poderosos que había perseguido a través de los universos, se encontraba en una encrucijada. Había recorrido incansablemente los diferentes reinos, absorbiendo a seres con poderes divinos, imponentes y aterradores, acumulando una fuerza abrumadora. Cada absorción le otorgaba un poder más allá de lo imaginable, haciéndolo casi invencible. Sin embargo, a pesar de haber alcanzado tal nivel de poder, había algo que aún lo desafiaba: Jehová.
La duda le invadió la mente. La idea de confrontar a Jehová, un ser que representaba la cúspide de la divinidad para muchas religiones, parecía arriesgada. Había enfrentado a dioses como Zeus, Júpiter y Ra, pero Jehová era diferente. No solo por su poder, sino por su naturaleza trascendental y su dominio sobre los destinos de los mundos. Nagatchi sabía que solo faltaba un último paso para completar su poder absoluto, pero lo que quedaba no era algo que pudiera tomarse a la ligera.
A pesar de que casi todos los demás dioses habían caído bajo su poder, Nagatchi decidió que, en lugar de enfrentarse directamente a Jehová en un combate que podría ser fatal, buscaría un enfoque más civilizado. Sabía que un enfrentamiento directo podría ser devastador para ambos, y prefería explorar otra vía antes de recurrir a la violencia.
Nagatchi se retiró a un espacio apartado, una zona aislada en su universo donde la energía era tranquila, para organizar sus pensamientos. Sabía que la confrontación no sería fácil, pero si lograba hablar con Jehová de manera razonable, podría evitar una batalla y, a su vez, obtener el poder restante que necesitaba para dominar por completo los reinos.
Con la resolución de actuar con cautela, Nagatchi se preparó para lo que sería el encuentro con Jehová. Se proyectó hacia un plano de existencia donde las leyes del tiempo y espacio no eran tan estrictas, buscando la presencia del ser supremo, y con la mente abierta a una negociación o incluso una conversación filosófica. Sin embargo, sabía que cualquier acción incorrecta podría llevar a una guerra cósmica entre fuerzas que ni siquiera él podría controlar.
La pregunta que se planteó en su mente fue clara: ¿Cómo convencería a Jehová de que la absorción no era una amenaza directa, sino una oportunidad para un nuevo orden cósmico?
Con estas dudas, Nagatchi dio el primer paso en un camino incierto, buscando encontrar a Jehová y enfrentarse al último desafío que quedaba por conquistar.
Jehová, en su morada celestial, se encontraba en medio de una tarea delicada: ayudar al arcángel Miguel a localizar algunas almas perdidas que se habían desviado del camino divino. La paz del cielo, normalmente intacta, se veía alterada por la pérdida de esas almas errantes. Mientras observaba el vasto flujo de energía en el reino celestial, Jehová sentía una presencia que de repente alteró esa calma.
De repente, un portal rasgó la realidad frente a ellos. La luz se distorsionó, y un vórtice oscuro y enérgico se abrió en el cielo, como una grieta en el tejido mismo del universo. Desde ese portal, emergió Nagatchi, cuya energía colosal y presencia oscura inmediatamente llamó la atención de ambos: Jehová y Miguel.
El arcángel Miguel, con su espada resplandeciente, instintivamente se posicionó frente a Jehová, listo para protegerlo de cualquier amenaza, su energía y habilidades divinas listas para entrar en acción. Sin embargo, Jehová levantó la mano, señalando que no era necesario intervenir aún.
Nagatchi, observando el entorno celestial, comprendió que no estaba enfrentándose solo a cualquier ser, sino al propio Jehová, el gobernante de todas las cosas espirituales, la entidad que dirigía el flujo del cosmos. Nagatchi había planeado este encuentro con cautela, queriendo evitar una confrontación directa que podría ser catastrófica para ambos. En su lugar, trató de transmitir una sensación de respeto y una oferta de diálogo.
Con una sonrisa fría pero calculada, Nagatchi habló:
— Jehová, he viajado por los universos, absorbido poder de dioses incomparables, y ahora estoy aquí. No para desafiarte, sino para hablar. He alcanzado un nivel en el que la confrontación con todos los demás es casi trivial. Lo único que falta es tu poder, el último paso para consolidar mi dominio absoluto. Pero no vengo a pelear. Vengo a ofrecerte algo que podrías considerar... una oportunidad.
Miguel, al escuchar estas palabras, frunció el ceño, sin confiar ni un ápice en las intenciones de Nagatchi. Sin embargo, Jehová, con una calma serena que reflejaba su vasto poder, observó a Nagatchi y asintió lentamente.
— Nagatchi, —dijo Jehová, su voz resonando como un trueno suave pero imponente—, he oído hablar de tus hazañas. No obstante, sabes que la voluntad de los dioses no puede ser forzada ni corrompida por la ambición, por más que sea inmensa. La absorción de otros poderes es una acción que no solo destruye, sino que trastoca el equilibrio de los mundos.
Nagatchi, reconociendo la gravedad de las palabras de Jehová, dejó que el silencio se posara por un momento. Sin embargo, no se inmutó. Sabía que esta no era una oportunidad común, y no la dejaría escapar.
— No busco destruir, Jehová. Lo que busco es unificar, llevar a todo el cosmos hacia una nueva era en la que la lucha y el caos sean cosa del pasado. Tú, con tu poder divino, puedes ayudarme a crear un reino sin desorden, sin sufrimiento. Permíteme absorber tu energía, y juntos podremos traer la paz definitiva. —dijo Nagatchi, con una mirada intensa.
Jehová, observando la determinación de Nagatchi, se quedó en silencio por un largo rato. Miguel, con su espada en mano, no bajaba la guardia, pero Jehová levantó una mano para indicarle que se calmara. Finalmente, Jehová respondió, su voz llena de poder y una sabiduría que solo el ser supremo poseía.
— La paz que ofreces es una paz construida sobre la sumisión y la absorción, Nagatchi. No es el camino de los dioses, ni el camino que el universo necesita. Si deseas realmente alcanzar ese nivel de poder, tendrás que enfrentarte a los desafíos que el destino pone en tu camino, y no intentar tomar atajos para adquirirlo.
Nagatchi, al escuchar la negativa de Jehová, comprendió que sus planes de absorberlo para consolidar su poder absoluto no serían tan fáciles. Sin embargo, no se sintió derrotado. Sabía que, aunque Jehová rechazara la absorción, había logrado lo que pocos podían: una conversación directa con el mismo Dios, lo que le daba una nueva perspectiva sobre el siguiente paso.
Sin embargo, aún quedaba algo que Nagatchi deseaba saber, algo que podría darle la ventaja en el futuro. Decidió no abandonar este encuentro, sino buscar otra forma de obtener lo que quería, sin forzar a Jehová ni a los demás dioses.
— Entiendo tus palabras, Jehová. Pero recuerda, el futuro no siempre se ajusta a nuestras expectativas. Nos veremos de nuevo, en el momento y en el lugar adecuados.
Jehová lo miró fijamente, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. Sin decir una palabra más, Nagatchi dio un paso atrás, consciente de que, por ahora, debía retirarse y trazar su próximo movimiento.
El portal volvió a abrirse, y Nagatchi desapareció tan repentinamente como había llegado, dejando atrás solo el eco de su presencia. El cielo volvió a calmarse, pero Jehová y Miguel sabían que el universo nunca sería el mismo después de la llegada de un ser tan poderoso.
— ¿Qué haremos ahora, Señor? —preguntó Miguel, su espada aún en mano.
Jehová, con una mirada pensativa, respondió lentamente:
— Vigilaremos, Miguel. Vigilaremos y esperaremos el momento en que el equilibrio se vea nuevamente amenazado. Este no es el final, solo el comienzo de algo mucho más grande.
Mientras Nagatchi cruzaba el portal, satisfecho por haber planteado su propuesta ante Jehová, no esperaba que el ser supremo lo siguiera. A medida que caminaba por el vacío del portal, una presencia inconfundible se manifestó tras él. La energía pura y cósmica de Jehová comenzó a envolverlo, un resplandor divino que iluminaba todo a su alrededor.
Al darse cuenta de que Jehová lo había seguido, Nagatchi se detuvo en seco, volviendo lentamente para enfrentar al ser que tan desafiantemente había ignorado sus intenciones. Jehová apareció con una calma absoluta, pero con un brillo en sus ojos que reflejaba la magnitud de su poder.
— Nagatchi... —la voz de Jehová resonó como un trueno suave, pero cargada con el peso del universo—. Entiendo tu deseo de alcanzar un poder absoluto, pero absorber la esencia de todos los dioses, no solo trastoca el orden natural, sino que lo destruye. El mal es parte de la vida, como la oscuridad lo es de la luz.
Nagatchi, con una mirada de determinación, no cedió. La idea de ser despojado de su meta lo enfurecía, pero sabía que tenía que manejar la situación con cuidado si quería convencer a Jehová de alguna manera.
— ¿Y qué harías tú, Jehová? —preguntó Nagatchi, con la voz cargada de desafío—. ¿Qué pasa con todos esos dioses que tú mismo has creado y que solo perpetúan el ciclo de lucha y sufrimiento? ¿Qué pasará cuando su caos vuelva a amenazar la existencia? Mi plan, mi visión, busca la paz, una paz real, sin luchas ni desequilibrios. Tú también puedes ser parte de esa creación. No necesitamos más sufrimiento. Solo unidad y armonía.
Jehová observó a Nagatchi con seriedad, su presencia como una roca inamovible ante el huracán de las palabras de Nagatchi. Luego, habló con una calma profunda y una sabiduría que solo podría provenir de ser el creador de todo lo que existía.
— La paz que ofreces no es paz, Nagatchi. Es control, es supresión del libre albedrío. Un mundo donde los dioses sean absorbidos, donde su individualidad se desvanezca, no sería un mundo de paz, sino de servidumbre. El mal no puede erradicarse de la existencia. Está destinado a coexistir con la luz, y es solo cuando ambas fuerzas interactúan que se alcanza el verdadero equilibrio. Es un equilibrio que tú, en tu afán de poder, estás dispuesto a destruir.
Nagatchi se sintió frustrado, pero no dispuesto a rendirse. La idea de aceptar la coexistencia del mal y el bien en equilibrio era una perspectiva que aún no lograba comprender por completo. Para él, la paz significaba la eliminación de cualquier amenaza, la erradicación de la guerra y la lucha.
— ¿Entonces todo lo que he hecho, todo lo que he logrado, es inútil? —dijo, con un toque de amargura. ¿No entiendes que el mal, la lucha, nunca terminará si no se corta de raíz?
Jehová no se inmutó, su voz permaneció serena pero firme.
— No, Nagatchi, no es inútil. Lo que has logrado ha sido impresionante, pero el propósito de tu existencia y el equilibrio de este universo no se basa en la eliminación del mal, sino en aprender a vivir con él. La paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de superar las adversidades sin perder la esencia de lo que somos. Tú te aferras a la idea de la absorción porque crees que a través del poder absoluto podrás controlar todo. Pero el control absoluto es una ilusión. El equilibrio, sin embargo, es una realidad que todos debemos buscar, sin tratar de imponerlo por la fuerza.
Nagatchi, aunque reticente, escuchó las palabras de Jehová, su mente trabajando con rapidez para encontrar una nueva estrategia. Sabía que si no conseguía la absorción de Jehová, las cosas no serían tan sencillas, pero no estaba dispuesto a rendirse.
— ¿Y si no te absorbo? —preguntó Nagatchi, su tono más tranquilo, pero aún desafiante. ¿Qué pasa si sigo mi camino y trato de imponer mi visión a todo el universo?
Jehová se acercó lentamente, su energía envolviendo el espacio con una calma inmensa. Con un gesto, el cielo pareció abrirse, y una ráfaga de luz pura emanó de su ser.
— Si lo haces, Nagatchi, no solo desafiarás el equilibrio del cosmos, sino que te enfrentarás a las consecuencias de tu propio deseo de poder absoluto. Todos los dioses que has absorbido, toda esa energía, te convertirá en lo que temes más: un ser vacío, un titán sin alma ni propósito. La paz que buscas será solo un espejismo, y el vacío que dejarás al eliminar a los demás dioses será insoportable.
Nagatchi, por primera vez, vaciló. La imagen de sí mismo como una entidad vacía, desprovista de lo que lo hacía humano, lo hizo detenerse a pensar. Sin embargo, su ambición seguía siendo grande, y no podía simplemente dejar ir su sueño sin más.
— Entonces... ¿qué sugieres que haga, Jehová? —preguntó, el tono menos desafiante pero aún lleno de incertidumbre.
Jehová miró fijamente a Nagatchi, y en su mirada había una mezcla de sabiduría infinita y compasión.
— Te ofrezco una alternativa, Nagatchi. En lugar de destruir a los dioses, en lugar de eliminar el mal, ¿por qué no aprender a vivir con él, a comprenderlo? El camino hacia la paz no es la aniquilación, sino la comprensión. El mal siempre existirá, pero lo que podemos hacer es enseñarle a todos cómo coexistir con él de manera que el equilibrio se preserve. Eso, Nagatchi, es la verdadera paz.
Nagatchi se quedó en silencio, contemplando las palabras de Jehová. Su mente aún luchaba con la idea de aceptar esa visión, pero algo dentro de él comenzaba a cuestionar si realmente podría lograr su objetivo a través de la fuerza, o si, tal vez, había otra forma. El futuro era incierto, pero sabía que, por el momento, debía tomar una decisión que cambiaría el rumbo de su vida.
— Lo pensaré... —dijo Nagatchi, mientras comenzaba a alejarse, dándole la espalda a Jehová.
El portal que había abierto apareció nuevamente, y sin dar otra palabra, Nagatchi desapareció en él, dejando a Jehová y Miguel atrás, con el destino del universo aún en juego. Jehová observó el vacío por un momento, sabiendo que la batalla por el equilibrio no había hecho más que comenzar.
— Que así sea, Nagatchi. Que encuentres tu camino.
Nagatchi, después de días de profunda reflexión, finalmente comprendió el peso de las palabras de Jehová. Su mente, que hasta entonces había estado llena de ambición desmedida, comenzó a despejarse. El deseo de poder absoluto que había perseguido durante tanto tiempo empezó a desvanecerse, reemplazado por la comprensión de que, tal vez, lo que realmente necesitaba no era eliminar a los demás dioses ni absorber su poder, sino encontrar una forma de coexistir con ellos.
En su interior, Nagatchi aceptó que la visión de Jehová sobre el equilibrio era más sabia de lo que había creído. No podía erradicar el mal, pero sí podría aprender a vivir con él, y más importante aún, enseñarle a los demás cómo equilibrar esas fuerzas. Había pasado mucho tiempo persiguiendo el control, pero ahora entendía que el verdadero poder residía en la capacidad de aceptar la diversidad y los desafíos que la existencia traía consigo.
Con esta nueva perspectiva, Nagatchi se levantó de donde había estado reflexionando, mirando al horizonte. Sabía que su viaje aún no había terminado, pero ahora estaba claro qué camino debía seguir. No necesitaba el poder de todos los dioses para traer paz al universo; lo que necesitaba era la voluntad de entender y aceptar tanto la luz como la oscuridad, el bien y el mal.
— Tal vez, la verdadera paz no sea la ausencia de conflicto, sino la habilidad de encontrar la armonía dentro de él. —dijo en voz baja, como si hablara consigo mismo.
Nagatchi sabía que tenía un largo camino por delante. Tendría que trabajar junto con los dioses y otras entidades del universo, pero ahora, en lugar de buscar su destrucción, buscaría el entendimiento mutuo. Jehová, con su sabiduría infinita, había abierto los ojos de Nagatchi, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una verdadera esperanza por el futuro.
En ese momento, Nagatchi decidió que debía regresar al lugar donde se encontraba Jehová, no para luchar, sino para ofrecer su alianza y buscar una forma de unir a todos los seres, divinos y mortales, en un solo propósito: alcanzar el equilibrio. Sabía que no sería fácil, que habría desafíos y opositores, pero también sabía que esa era la única forma de lograr lo que realmente deseaba.
Sin más palabras, Nagatchi abrió un portal, esta vez con la intención de dialogar y unir, no de pelear. Y mientras cruzaba el umbral hacia el próximo paso de su viaje, por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz consigo mismo.
Nagatchi llegó al lugar con una sensación de paz que nunca había experimentado antes. El aire estaba sereno, y el entorno, lleno de luz y calma, parecía reflejar el cambio interno que había ocurrido en él. Ya no sentía la misma presión que antes lo impulsaba a buscar poder, control y dominación. En su lugar, había una sensación de equilibrio y claridad. Su mente ya no estaba nublada por la sed de poder, sino que estaba enfocada en algo más grande: la posibilidad de encontrar armonía entre los seres del universo.
Al llegar, vio a Jehová, quien estaba en medio de un campo vasto, rodeado por una luz suave y resplandeciente. El arcángel Miguel, que lo acompañaba, se detuvo al ver la llegada de Nagatchi, observándolo con cautela. Pero no había ira ni miedo en sus ojos, solo una expectativa de lo que estaba por venir.
Jehová, con una mirada serena y sabia, se giró hacia Nagatchi. No había sorpresa en su rostro, como si ya hubiera anticipado este encuentro. El ambiente parecía más tranquilo, como si incluso el universo estuviera esperando lo que Nagatchi iba a decir.
— Nagatchi... has decidido cambiar el rumbo de tu destino. —Jehová habló en voz baja, pero con la fuerza de quien conoce las profundidades del alma humana y divina.
Nagatchi respiró profundamente antes de hablar. Su voz era firme, pero cargada de reflexión.
— Sí, Jehová. He estado persiguiendo algo que ahora veo como un espejismo. El poder absoluto... no me trajo lo que pensaba. Al contrario, me llevó a la oscuridad. Pero ahora veo que el verdadero poder radica en encontrar el equilibrio, en aprender a coexistir con lo que hay, no a destruirlo. —dijo Nagatchi, su mirada fija en Jehová.
Jehová asintió, como si todo estuviera encajando finalmente en su lugar. El arcángel Miguel observaba en silencio, pero su postura indicaba que no estaba completamente seguro de lo que estaba sucediendo, aunque una parte de él reconocía el cambio genuino en Nagatchi.
— La paz no es algo que se imponga, Nagatchi. Es algo que se construye con tiempo, comprensión y la voluntad de aceptar lo que no podemos cambiar. Has tomado un paso hacia algo mucho más grande que la simple absorción de poder. Pero recuerda, el camino hacia la verdadera paz no es fácil, y no todos estarán dispuestos a caminarlo contigo. —advirtió Jehová con una sonrisa tranquila.
Nagatchi asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de Jehová.
— Lo sé. Pero estoy dispuesto a intentarlo. No quiero más confrontaciones, no quiero más destrucción. Solo quiero ver un mundo donde todos podamos coexistir, divinos y mortales, en equilibrio. Estoy listo para trabajar por ello, incluso si significa enfrentarme a los que no entienden este nuevo propósito. —respondió Nagatchi con convicción.
Jehová y Miguel se miraron entre sí, y aunque había incertidumbre en el aire, ambos comprendieron que Nagatchi había dado un paso significativo hacia una nueva dirección. Un paso hacia la unidad, la paz y el equilibrio.
— Entonces, trabajemos juntos. El camino no será fácil, pero si estamos dispuestos a poner de lado nuestras diferencias y luchar por lo que es correcto, podemos crear un futuro diferente. —dijo Jehová, tendiendo su mano hacia Nagatchi.
Nagatchi miró la mano extendida, sabiendo que este era el momento en que todo podía cambiar. Sin dudarlo, extendió su mano para tomarla.
— Estoy listo. Vamos a crear ese futuro juntos. —respondió Nagatchi, con una sonrisa genuina.
Así, en ese momento, los tres comenzaron a caminar hacia un nuevo propósito, uno que no dependiera del poder, sino de la unidad, la paz y el entendimiento mutuo. Y aunque el camino sería largo y lleno de desafíos, Nagatchi sabía que, por primera vez, estaba en el lugar correcto para crear un cambio duradero.
El portal gigante se abrió con una fuerza indescriptible, iluminando el paisaje a su alrededor con una luz cegadora. Del interior emergieron tres figuras imponentes: Gabriel, Rafael, y Miguel, los tres arcángeles que se unían en esta nueva etapa del camino de Nagatchi hacia la paz. Pero, justo cuando parecía que el viaje hacia un futuro más equilibrado estaba tomando forma, una nueva presencia se hizo sentir en el aire.
De entre la luz resplandeciente, apareció Jesús, el hijo de Jehová, su presencia llena de una calma y sabiduría inigualables. La figura de Jesús, radiante y serena, caminaba hacia el grupo con una gracia que solo los seres divinos podían poseer. La atmósfera parecía cambiar a su alrededor, trayendo consigo una sensación de esperanza renovada, y una paz profunda se instaló en el aire.
Nagatchi, Jehová y Miguel se detuvieron al ver a Jesús, y aunque la llegada del hijo de Jehová no era una sorpresa, el encuentro significaba un giro inesperado en su viaje. La mirada de Jesús era profunda, casi como si pudiera ver el corazón de todos los presentes. Sabía lo que estaban intentando hacer y entendía el peso de lo que implicaba esta aventura.
Jesús, con una sonrisa cálida y una calma que transmitía consuelo, habló con voz suave:
— Nagatchi, has tomado un camino difícil, pero es el único que lleva a la verdadera redención. La paz que buscas no está lejos, pero requiere sacrificio y amor. El verdadero cambio comienza desde dentro, y te guiaré en este viaje.
Nagatchi, sintiendo la fuerza de las palabras de Jesús, asintió lentamente. Sabía que este encuentro tenía un propósito mucho mayor que lo que podría comprender en ese momento. Miró a Jehová, quien parecía estar en paz con lo que sucedía, y a los arcángeles, quienes esperaban con atención. Jesús había llegado para ser su guía.
— Estoy dispuesto a seguir el camino, Jesús. Haré lo que sea necesario para alcanzar esa paz, para cambiar mi interior y restaurar lo que una vez perdí. —respondió Nagatchi con una determinación renovada.
Jesús asintió, y sus ojos brillaron con una sabiduría infinita.
— Es un viaje que no puedes hacer solo, Nagatchi. Todos los que te acompañan tienen un papel que desempeñar. La unidad será clave, no solo entre tú y yo, sino entre todos los seres que habitan este universo. La paz solo será posible si aprendemos a vivir juntos, con respeto y amor, sin buscar el dominio sobre los demás. —dijo Jesús, mirando a los arcángeles que se mantenían en silencio.
Gabriel y Rafael intercambiaron miradas antes de acercarse a Nagatchi y a Jehová. La tensión que normalmente existía entre ellos y Nagatchi parecía desvanecerse, reemplazada por una comprensión mutua de que este era un momento crucial.
— No te preocupes, Nagatchi. Vamos a apoyarte en este viaje. Todos tenemos algo que aprender de este proceso. —dijo Gabriel, su voz llena de empatía.
Rafael asintió con una expresión serena en su rostro.
— La paz es un proceso largo y complicado, pero es lo que el mundo necesita. Vamos a caminar juntos, sin importar los desafíos que se nos presenten. —añadió Rafael, mostrando su disposición a ayudar.
Jehová, observando a su hijo Jesús, se acercó y colocó una mano en su hombro.
— Juntos, podemos lograr lo que muchos creen imposible. El mundo está en equilibrio, pero solo si todos somos capaces de ver más allá de nuestra propia perspectiva. —dijo Jehová, con un tono de esperanza en su voz.
Nagatchi, sintiendo la fuerza de sus palabras, se sintió más confiado en su decisión de seguir adelante. Sabía que este viaje no sería fácil, pero con la guía de Jesús y el apoyo de los arcángeles, tenía una oportunidad de redención y de restaurar lo que había perdido.
— Estoy listo para lo que venga. Este es el comienzo de algo nuevo. —dijo Nagatchi, su voz firme pero llena de humildad.
Con este acuerdo tácito, el grupo se preparó para partir en su nueva aventura, con la esperanza de que juntos podrían traer paz no solo a su propio mundo, sino a todo el universo. El viaje sería arduo, pero, con la luz de Jesús guiándolos y la unidad de los arcángeles a su lado, sabían que el futuro estaba en sus manos.
Y así, juntos, comenzaron su travesía hacia lo desconocido, con la certeza de que el verdadero poder no radica en la absorción de otros, sino en el poder de la comprensión, la empatía y la unidad.
Nagatchi, decidido a fortalecer tanto su cuerpo como su espíritu, comenzó un intenso entrenamiento de 5×30, que consistía en entrenar durante 5 minutos cada hora, durante 30 días consecutivos. Cada uno de esos 5 minutos de esfuerzo era lo más cercano a una explosión de poder y resistencia, exigiendo lo mejor de sí mismo en cada repetición.
Al principio, los músculos de Nagatchi se vieron desbordados por la intensidad del entrenamiento. Cada minuto de esfuerzo parecía más difícil que el anterior, pero con el tiempo su cuerpo comenzó a adaptarse. Los músculos de sus brazos, piernas y torso crecieron considerablemente, volviéndose más duros y resistentes, mientras su resistencia se incrementaba de manera impresionante.
Sin embargo, el entrenamiento no solo servía para mejorar su fuerza física, sino también para el control de su energía interna. La disciplina constante lo ayudaba a canalizar sus poderes de una manera más eficiente, lo que aumentaba su capacidad para manejar situaciones difíciles durante las misiones que emprendía junto a Jehová, Miguel y los demás. Además, la naturaleza constante del entrenamiento le permitió desarrollar una resistencia mental, al tener que mantener una concentración máxima cada hora, durante un mes completo.
Pero lo más interesante de este entrenamiento era el propósito más profundo detrás de él: Nagatchi también había descubierto que este régimen de esfuerzo y disciplina podría ayudarlo a reproducirse, como parte de su plan para mantener su linaje y seguir adelante con sus metas a largo plazo.
Cada vez que completaba una sesión de entrenamiento, sentía que no solo fortalecía su cuerpo, sino que también expandía su energía vital, lo cual lo acercaba a su objetivo final: el dominio completo de su ser y el equilibrio entre su poder y su humanidad.
Los 30 días pasaron rápidamente, y al final de su entrenamiento, Nagatchi se sentía más poderoso que nunca. Sus músculos estaban más definidos, su energía era más concentrada y su mente más clara. Aunque el entrenamiento no fue fácil, lo había llevado a un nuevo nivel de fuerza, tanto física como espiritual.
Este nuevo poder no solo le permitió estar preparado para cualquier batalla o desafío que pudiera enfrentar, sino también le dio una confianza renovada para continuar su misión de alcanzar la paz. Ahora, con un cuerpo más fuerte y una mente más disciplinada, Nagatchi estaba listo para enfrentar lo que fuera necesario para lograr su objetivo.
Después del intenso entrenamiento de Nagatchi, su cuerpo fortalecido y su mente renovada, Jehová, Jesús, y los tres arcángeles—Miguel, Rafael y Gabriel—decidieron unirse a él en su misión de alcanzar la paz definitiva. A pesar de que la idea de lograr la paz siempre había sido su objetivo, ahora, con la ayuda de seres tan poderosos y sabios, Nagatchi sentía que tenía una oportunidad real de cumplir su propósito.
Juntos comenzaron una nueva aventura, en la que cada uno aportaba su conocimiento y habilidades únicas para ayudar a Nagatchi a alcanzar ese equilibrio que tanto deseaba. Jehová, como líder sabio y experimentado, guiaba al grupo con su visión de un mundo lleno de armonía y sin conflictos. Jesús, con su compasión y comprensión de los corazones humanos, les recordaba la importancia del perdón y la reconciliación. Los arcángeles, con sus poderes divinos y su fortaleza, proporcionaban la protección y la energía necesaria para enfrentar cualquier obstáculo.
La travesía fue larga y llena de desafíos. Viajaron a través de dimensiones desconocidas, cruzaron mundos olvidados y enfrentaron fuerzas oscuras que se oponían a su misión de paz. Pero, a pesar de las dificultades, cada miembro del equipo encontró formas de usar su poder no para destruir, sino para restaurar el equilibrio.
Miguel, con su destreza en el combate y su corazón lleno de justicia, se encargaba de neutralizar las amenazas sin causar daño innecesario. Rafael, el sanador, utilizaba su don para curar las heridas físicas y emocionales que surgían a lo largo del viaje, asegurándose de que nadie quedara atrás. Gabriel, con su habilidad para la comunicación y la sabiduría divina, se encargaba de mediar entre las diferentes facciones y seres que encontraban en su camino, buscando siempre el entendimiento y la resolución pacífica.
Nagatchi, aunque más fuerte que nunca, se dio cuenta de que, aunque había acumulado un poder inmenso, el verdadero cambio no venía solo de la fuerza. Su viaje se trataba de aprender a vivir en armonía con los demás, de encontrar una paz interna que pudiera reflejarse en el mundo exterior. Con la ayuda de Jehová, Jesús y los arcángeles, Nagatchi empezó a comprender que la verdadera paz no era solo la ausencia de guerra, sino el entendimiento mutuo, el respeto y el perdón.
Aunque siempre había sido un guerrero, Nagatchi empezó a valorar cada vez más la importancia de la cooperación y la compasión. Durante su viaje, no solo mejoró su habilidad para luchar, sino también su capacidad para liderar con sabiduría, para tomar decisiones difíciles sin perder su humanidad.
A medida que el grupo avanzaba, las semillas de paz que sembraban empezaron a dar frutos. Los conflictos que antes parecían imposibles de resolver se disipaban ante su enfoque conjunto de comprensión y bondad. Nagatchi, rodeado de sus aliados divinos, se dio cuenta de que su misión no solo era alcanzar la paz, sino ser un reflejo de ella para aquellos que los rodeaban.
Al final de esta travesía, Nagatchi se encontró a sí mismo transformado. Ya no era solo el ser que buscaba absorber el poder de los dioses, sino alguien que había aprendido a valorar lo que realmente significaba la paz: la armonía entre el poder y la compasión, la fuerza y el perdón. Y con la ayuda de Jehová, Jesús, Miguel, Rafael y Gabriel, sabía que había comenzado un nuevo capítulo, uno que, aunque lleno de retos, estaría marcado por la verdadera paz.
Fin.