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Chapter 66 - Episodio 66: El mandado de Jehova.

Hace eones, Jehová envió a su hijo Jesús a una dimensión alternativa, donde Lucifer había ganado y sumido al mundo en oscuridad. Esta línea de tiempo estaba bajo su control absoluto, y la paz había sido destruida. El propósito de Jesús era restaurar el equilibrio, derrotar a Lucifer y devolver la luz a ese universo corrompido.

Al llegar, Jesús enfrentó a los siervos de Lucifer, venciendo a cada uno con su poder divino y su compasión.

La batalla entre Jesús y Lucifer continuaba en un violento choque de poder. Cada golpe destruía gigantescos edificios, la tierra temblaba bajo la fuerza de sus puños, mientras el cielo se oscurecía por la lucha titánica entre luz y oscuridad. Jesús, aunque poderoso, estaba siendo presionado por la intensidad de la lucha.

En ese momento, Jehová envió a los arcángeles Gabriel y Rafael para asistir a su hijo. Con una poderosa luz divina, Gabriel descendió del cielo, sus alas resplandeciendo como un faro en la oscuridad. Rafael, con su lanza celestial, también se unió a la batalla. Juntos, ellos rodearon a Jesús, protegiéndolo y ofreciendo su ayuda para derrotar a Lucifer y restaurar la paz.

Jehová había enviado a los arcángeles con una misión clara: proteger a su hijo y asegurar que todos aquellos que creyeran en él pudieran alcanzar la vida eterna. La fuerza combinada de los tres arcángeles y Jesús creó un poder tan abrumador que finalmente logró superar a Lucifer, quien, aunque derrotado, no fue destruido, sino que fue sellado en la oscuridad para evitar que causara más caos.

Desde otro plano, una entidad oscura y antigua, que había permanecido oculta durante milenios, observaba con paciencia la prisión que contenía a Lucifer. Esta entidad, cuya presencia era tan temible que distorsionaba la realidad misma, había estado esperando el momento perfecto para intervenir. En un instante, la barrera que había mantenido a Lucifer atrapado durante tanto tiempo se rompió, liberando al ángel caído. La explosión de energía que siguió a la ruptura del sello fue tan violenta que resonó a través de las dimensiones, una onda expansiva de pura oscuridad que sacudió los cimientos del universo.

Lucifer, al ser liberado, estaba lleno de furia y dolor. Durante eones había estado atrapado, y ahora que era libre, su ira no tenía límites. Con un rugido aterrador, comenzó a concentrar su poder, elevándose a alturas nunca antes vistas. Cada fibra de su ser temblaba con la fuerza de su ira, y, mientras lo hacía, los números 666 comenzaron a brillar con fuerza en su frente, como un símbolo de su vinculación con el caos y la corrupción. Era la marca de su caída definitiva, una señal de que ya no quedaba nada de aquel ángel de luz que alguna vez fue.

No perdió ni un segundo en su sed de poder. Invocó rápidamente al Leviathan, la bestia primordial del abismo, cuyo rugido sacudió las dimensiones. La espada de Lucifer, envuelta en llamas divinas, comenzó a arder con una intensidad cegadora, al mismo tiempo que el Leviathan surgía del abismo con una fuerza titánica. La bestia, tan antigua como el tiempo mismo, se fusionó con Lucifer en una explosión de energía pura, transformando su ser. El Leviathan, en su forma original de monstruo sin forma definida, se entrelazó con Lucifer, fusionándose en una única entidad.

El poder resultante era inimaginable. Lucifer ya no era solo un ángel caído, ni una simple bestia. Su cuerpo se transformó en una mezcla grotesca y terrorífica de ambas entidades. Su rostro se deformó, adoptando características tanto angelicales como bestiales, una combinación que solo la corrupción más profunda podía lograr. Sus ojos brillaban con un resplandor infernal, mientras su piel se cubría de escamas negras y duras como el acero, impenetrables ante cualquier ataque. Cada una de estas escamas reflejaba una oscuridad absoluta, que absorbía toda luz a su alrededor.

Lucifer, ahora fusionado con el Leviathan, se erguía como una entidad casi invencible. Su poder había alcanzado proporciones indescriptibles. No solo poseía la fuerza física de la bestia, sino que también controlaba la esencia misma del caos y la destrucción. Su presencia era tan abrumadora que el aire mismo parecía volverse denso y venenoso, y todo a su alrededor comenzaba a desmoronarse bajo su influencia. El mundo entero, a su alrededor, sentía la presencia de la criatura que había sido liberada, y el terror se esparcía por todo el universo mientras su poder crecía desmesuradamente.

Jesús, junto con los arcángeles Gabriel y Rafael, sintió la repentina oleada de poder que surgió de la fusión entre Lucifer y el Leviathan. Fue como si el mismo tejido del universo temblara ante tal manifestación de oscuridad. La energía era tan densa y destructiva que los tres se vieron arrastrados por la fuerza de su expansión. Los cielos se oscurecieron y una presión insoportable los rodeó, algo que ni siquiera ellos, seres de luz y poder, podían haber anticipado.

El poder que emanaba de Lucifer era más allá de todo lo que habían enfrentado en el pasado. Cada ola de energía era como un golpe físico directo al corazón del universo, causando que el aire mismo se comprimiera en un torbellino de caos. Jesús cerró los ojos por un momento, reconociendo la magnitud de la amenaza que ahora se encontraba frente a ellos. No era solo un enemigo, era una fuerza primordial que tenía el poder de deshacer todo lo que existía.

Gabriel, el arcángel de la fuerza, extendió sus alas, preparando su espada divina. Su energía comenzó a concentrarse, pero incluso él sentía la intimidante presión del poder de Lucifer. Rafael, el arcángel de la sanación y la luz, apretó los puños con determinación, pero su rostro mostraba un atisbo de preocupación. Nadie estaba preparado para una amenaza como esa.

Lucifer, fusionado con el Leviathan, se elevó en el aire, sus escamas brillando con una luz oscura, mientras sus ojos, como dos faros infernales, miraban fijamente a los tres. Su voz resonó como un trueno, cargada de odio y poder.

"¡¿Qué creen que pueden hacer ante mí?!", rugió Lucifer, su voz retumbando en el aire. "¡Soy el fin de todo lo que se conoce! ¡Nada ni nadie podrá detenerme ahora!"

La presión en el aire se intensificó, y los dos arcángeles, con Jesús a la cabeza, se dieron cuenta de que esta batalla no sería como cualquier otra. Tendrían que enfrentarse a un enemigo cuya fuerza estaba más allá de sus límites, y si no actuaban rápido, el universo entero podría sucumbir a la oscuridad que Lucifer había desatado.

Jesús, sin embargo, mantuvo la calma. En su corazón, sabía que su misión era restaurar el equilibrio, y que, a pesar de la fuerza de Lucifer, nunca estaría solo en esta lucha. Con un movimiento decidido, alzó su mano, convocando el poder divino, y junto a los arcángeles, se preparó para enfrentar la oscuridad más grande que jamás hubieran conocido.

Jesús observó con atención cómo Lucifer enfrentaba a Gabriel y Rafael. Con una fuerza descomunal, Lucifer los mandó a volar con un movimiento de su brazo, impactándolos contra las ruinas circundantes. Antes de que los arcángeles pudieran recuperarse, Jesús sintió cómo Lucifer avanzaba hacia él con una velocidad aterradora, las garras del Leviathan listas para desgarrarlo.

Sin dudar, Jesús y Jehová se colocaron en formación, preparándose para el embate. Lucifer no tardó en atacar, y sus garras lograron penetrar la piel de Jesús, dejando marcas profundas. Sin embargo, Jesús no retrocedió. Con un movimiento rápido y preciso, contraatacó con un codo directo al rostro de Lucifer, logrando desequilibrarlo brevemente. Pero Lucifer respondió con ferocidad, lanzando un tajo con sus garras hacia la mejilla de Jesús. El golpe fue tan fuerte que le arrancó un pedazo de carne, dejando a la vista parte de su dentadura.

Jesús llevó una mano a su rostro, sintiendo la profundidad de la herida. Sus ojos brillaron con una mezcla de dolor y determinación. Sin decir una palabra, avanzó rápidamente hacia Lucifer y le propinó un fuerte golpe en el rostro, haciendo que retrocediera. Aprovechando el momento, Jesús lanzó un puñetazo directo al pecho de Lucifer, seguido de un destello divino que impactó con una fuerza abrumadora. La energía celestial comenzó a fracturar las duras escamas que protegían el cuerpo del enemigo, dejando al descubierto pequeños fragmentos de su piel.

Lucifer, furioso, no se quedó atrás. Con una precisión escalofriante, lanzó un corte diagonal que comenzó en la frente de Jesús, bajando por la nariz hasta la mejilla derecha. La profundidad del corte hizo que la sangre brotara rápidamente, cubriendo parte del rostro de Jesús. Este retrocedió unos pasos, llevando la mano al rostro herido. Ya no había espacio para juegos. La expresión de Jesús se endureció, y en un acto de pura fuerza y resolución, lanzó una ráfaga de cinco destellos divinos consecutivos contra el pecho de Lucifer. Cada impacto rompía más y más las escamas que protegían al adversario, dejando al descubierto la carne vulnerable bajo ellas.

Con un último movimiento, Jesús se abalanzó sobre Lucifer, agarrándolo con firmeza. En su mano comenzó a acumular un poder de energía deslumbrante, un ataque que podría decidir el curso de la batalla. La determinación de Jesús era inquebrantable, y el destino del enfrentamiento dependía de su próximo movimiento.

El arcángel Gabriel y Rafael, viendo la oportunidad, se lanzaron al combate. Con precisión y coordinación, ambos arcángeles ejecutaron un corte doble desde atrás, dejando marcas en las escamas de Lucifer. Acto seguido, liberaron un poderoso ataque de energía divina que impactó con fuerza, logrando debilitar aún más la fusión entre Lucifer y el Leviathan.

Jesús, mientras sujetaba firmemente a Lucifer, pronunció con una voz imponente: "¡Divinidad espiritual!" Un destello de energía brillante emergió de su mano y perforó la piel endurecida de Lucifer, alcanzando sus órganos. Lucifer rugió de dolor mientras su resistencia comenzaba a flaquear. Jesús, sin perder tiempo, gritó: "¡Gabriel, lánzame tu espada!"

El arcángel Gabriel obedeció sin dudar. Con un movimiento veloz, lanzó su espada sagrada hacia Jesús. Este la tomó en pleno vuelo con una precisión impecable. En un movimiento fluido, Jesús utilizó su fuerza sobrehumana para girar a Lucifer sobre sí mismo, llevándolo consigo y estrellándolo contra el suelo con un impacto devastador.

Sin detenerse, Jesús alzó la espada de Gabriel y apuntó directamente al pecho de Lucifer. Con un golpe decisivo, perforó la piel escamosa y atravesó el corazón del demonio, alcanzando también al Leviathan que estaba conectado a él. La espada sagrada atravesó completamente el cuerpo de Lucifer, saliendo por su espalda e impactando en la tierra con una fuerza divina.

Cuando la espada tocó el suelo, desató un torrente de energía celestial tan poderoso que rompió las leyes de ese universo. El planeta comenzó a colapsar bajo el peso de la explosión de poder. En cuestión de segundos, el colapso se extendió más allá del planeta, destruyendo todo el universo de esa línea de tiempo y causando una reacción en cadena que arrasó con el multiverso completo de ese plano.

El rugido de la explosión se sintió a través del vacío, dejando nada más que un abismo silencioso donde alguna vez existió la creación.

Después de la devastadora explosión que destruyó el multiverso de esa línea de tiempo, el arcángel Gabriel y Rafael, agotados pero determinados, abrieron un portal con sus últimas fuerzas. Jesús, aún con el cuerpo marcado por las heridas de la batalla, los acompañó mientras cruzaban al otro lado.

El portal los llevó de vuelta a la época actual, al lugar donde todo comenzó. Al salir, lo primero que vieron fue a Jehová y Nagatchi, quienes se preparaban para embarcarse en una nueva aventura.

Jehová volteó y los observó con una mirada tranquila, mientras Nagatchi parecía curioso por lo ocurrido. Jesús, con una sonrisa serena, dijo: "Padre, parece que han pasado eones desde que me enviaste, pero para mí solo fue un momento... y vaya que fue intenso."

Jehová, con un leve gesto de aprobación, respondió: "Lo hiciste bien, hijo. La misión era necesaria para preservar el equilibrio en esa dimensión."

Nagatchi, con una mirada de asombro, comentó: "Jesús, siempre tan impresionante. Quizá deberías unirte a nuestra próxima aventura. Podríamos aprender mucho de ti."

Jesús rio ligeramente y respondió: "Tal vez lo haga, pero antes debo recuperar fuerzas. Hay mucho que podemos compartir."

Y así, el grupo se reunió en un momento de calma, listos para enfrentarse a los próximos desafíos que les aguardaban en el vasto universo.

Fin